El último cuento y a la cama.
«... e desaparecías cun rumor minguante /como a visión dun soño /fracasado.» (Lois Pereiro)
Eran tres, cazadores de tórtolas y mariposas, vestían chaquetas amarillas, cubrían su cabeza con salacot blanco, sus bigotes apuntaban al cielo, adornábanse las rubias barbas con clavelinas, sus voces eran melodiosas, no sabían pescar.
Salían al alba por el camino del sur, acariciando las cabezas de los caballos, besando a las ninfas del bosque que solo ellos veían. Caminaban en un aro de música, con el viento del este, con la firme decisión de contener la vida entre los brazos abiertos, a su paso los ríos se abrían temblando. Recorrían los senderos regalando espejos a las muchachas en flor. Ellas se miraban y en sus rostros descubrían un nuevo país, pasaban las noches en sueños con rumores de luna en cuarto creciente.
Al crepúsculo regresaban cantando entre los álamos. Tañían laudes, tocaban acordeones y tamboriles. Escondidos tras los zarzales, los niños los admiraban, suspirando, riendo, imaginando amaneceres. Dormían en tiendas color barquillo, con lonas abiertas a las brisas de levante. Búhos, cernícalos y murciélagos volaban en círculos a su alrededor.
Fueron cinco, uno por cada pueblo de la comarca. Ni siquiera tuvieron que discutir el modo, inventarse un motivo, se citaron en el límite entre la envidia, la incomprensión y la ira.
Sin ruido, los perros no ladraron, no se alborotaron los mochuelos, los acuchillaron mientras dormían, quemaron sus cuerpos, las tiendas, los alguaciles miraron hacia otro lado.
Después llegó la niebla y todo fue como era.
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