Era Colón.
Algunas veces la he recordado, no
demasiadas, la verdad, no al menos en los últimos tiempos.
Me porté mal con ella, es cierto.
Más por inmadurez o miedo que por otras causas. Me ahogaba en esa relación. Quería
casarse pronto, tener muchos hijos. Su madre vendría a vivir con nosotros. Yo
quería disfrutar, salir con mis amigos, conocer a más personas. Además nuestros
gustos eran dispares en cine, en música, en literatura. Ella quería llegar
virgen al matrimonio, yo ya no.
No
supe controlar el desarrollo del noviazgo. Para cuando me di cuenta ya
estábamos metidos en familia, yo era tolerado en su casa, ella era una hija más
en la mía. El tiempo pasó sin darnos cuenta. Mi destino era el traje gris y los
fines de semana en su pueblo. Fue entonces cuando conocí a Elena.
El
resto es una historia gris, sucia, de la que no me siento orgulloso. Lo hice
todo al revés, no supe, me equivoqué, fui desconsiderado, torpe, un tonto.
Pagué
por ello, comencé a beber, tuve problemas de salud, durante años tuve
remordimientos. Luego el tiempo pasó y la vida siguió su curso. Me enteré que
se había casado, que había tenido dos hijos, que su madre había muerto. Después
silencio, a pesar que esta es un ciudad pequeña apenas nos vimos una o dos
veces, de lejos, sin hablarnos.
Hoy
nos hemos cruzado, de frente, no la he reconocido, ella me ha llamado. Ha sido
una sorpresa. La he invitado a tomar un café. Hemos charlado. Me ha contado que
se quedó viuda, que sus hijos son ya mayores y están estudiando fuera, que me
ha recordado muchas veces, que me porté mal con ella, que no me guarda rencor.
El tiempo ha sido tan amable con ella
como desconsiderado conmigo.
Una
vez pasados los primeros momentos, con más confianza, le he contado de mi
matrimonio, que no hemos tenido hijos, de mi trabajo, la muerte de mis padres.
De pronto, para mi sorpresa, me ha interrumpido, ha puesto sus dedos en mis
labios y me ha dicho “vivo aquí al lado, seguiremos hablando allí”. No he
sabido decirle que no y lleno de curiosidad la he seguido.
Nunca
había hecho el amor con una mujer de esa edad. Tampoco yo había tenido nunca
esta edad. Aun así esta nuestra primera vez ha sido grata. Obsequiosa, me ha
traído un café a la cama. Me he adormilado. Siento un roce en los muslos. Me
despierto y estoy en una playa. Algo negro asoma en la arena. Me arrodillo y
comienzo a desenterrarlo. Tres gaviotas bajan a ayudarme. Varias horas después
asoma una mano con el dedo índice extendido. Sigo sin descanso ayudado ahora
por un cangrejo gigante. Con sus grandes pinzas el trabajo avanza y sale un
brazo negro. Pasan los días y, aunque no como ni bebo, no noto signos de
fatiga, empeñado en saber a qué o a quién pertenece esa extremidad. Mis músculos
se han fortalecido y canto mientras compruebo que la estatua - porque es una
estatua-, es muy parecida a la de Colón en Barcelona. Justo cuando veo su
rostro – sí, es Colón- se abre el cielo y aparece el arco iris, multitud de
querubines tocan sus liras y varios delfines aplauden desde detrás de una ola
con surfistas rubios y tiburones morenos. Hermosas hawaianas con collares de
flores se cimbrean y bailan al son de rítmicos ukeleles. Una morsa habla con un
pirata con el kit completo de pirata, a saber, pata de palo, loro en el hombro,
garfio, barba, larga espada, parche en el ojo, gorro con una calavera con dos
tibias bordadas en lo más alto. Ni rastro de ella que ya no sé quién es ella,
ni yo, ni toda esta parafernalia mezcla de un escenario de película antigua y
un castillo tenebroso en el que entro de la mano de un señor bajito y sonriente
de grandes orejas que me mira con lástima y con un gesto me invita a pasar a
una sala con amenazantes instrumentos metálicos, destornilladores, gubias,
berbiquís, sacacorchos, tenazas de diferentes tamaños, exprimidores, martillos,
cosas así. Aparece un coro de mujeres ataviadas con trajes regionales de no sé
dónde y cantan y cantan sin parar con voces desafinadas. No puedo soportarlo y
corro por un pasillo estrecho y oscuro, en un cuarto hay una cama, agotado me
acuesto y a mi lado yace ella que me mira sonriente y dice: ”pues no era para
tanto, eres un pésimo amante”. Entonces me levanto, me visto, beso su mano ya
bajo las escaleras con paso vacilante. Es de noche y pienso qué excusa daré a
Conchi para llegar tan tarde.
Tenía
tantos deseos de acostarme con ella que me he inventado esta historia, este
final y posiblemente el principio.
En
otro momento contaré la verdad.
O no.
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