Él no envenenó el arroyo.
Era viejo o no era nadie, eso
parecía al menos por su hábito de ser otro, otros, actor de arrabal, alguien
que jugaba sobre el escenario de cada día, emperador o tártaro, jinete o
tullido mendigando en las esquinas del ocio.
Frecuentaba iglesias y lupanares,
mercados griegos regidos por absurdas leyes y grandes pajareras con alondras.
Se vestía de música amarilla y tambores.
No fue él quien envenenó el arroyo.
1 comments :
Buenas noches Pedro.
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