La invasión de las liebres. Superstición.
Yo voy lobo estepario, trotando
por el mundo de nieve cubierto;
del abedul sale un cuervo volando,
y no cruzan ni liebres ni corzas el campo desierto
...
Y volviera mi afán a mi amada
en sus muslos mordiendo la carne blanquísima
y saciando mi sed en su sangre por mí derramada,
para aullar luego sola en la noche tristísima.
Una liebre bastara también a mi anhelo;
dulce sabor su carne en la noche callada y oscura,
¡Ay! ¿Por qué me abandona en letal desconsuelo
de la vida la parte más noble y más pura?
El lobo estepario
Herman Hesse.
(Durero)
Sabíamos
que llegarían las liebres.
Estábamos
esperando en las estaciones de tren, en los estadios de fútbol, en los
instantes anteriores al acto amoroso, en el despegue de aviones ebrios por el
viento sur, apostados entre los rododendros de la autopista a Jerez.
Acumulábamos
rencor contra la vida, contra los gobiernos que cambiaban mes sí, mes no,
contra la resurrección de la carne, contra los tertulianos de Radio Nacional,
contra nosotros mismos.
No
llegaban y los guerrilleros de cascos empenachados, los barbilampiños soldados
de leva, los austriacos huidos de la última revuelta, los alevines de cazadores
temblaban nerviosos, sus músculos tensos, las armas a punto. Quizás Dino
Buzzati les había influido en demasía.
Decidimos
en solemne asamblea plantar cruces con Cristos sufrientes en las colina y en el
comienzo del camino. Para ello organizamos una procesión con chirimías y
trompetas, tamboriles, gaitas y silbos. Invitamos al señor obispo y a varios
sacristanes. Oramos con las manos entrelazadas.
Estábamos
tan entretenidos que la invasión nos pilló por sorpresa. Llegaron las liebres
en tropel, sus orejas enhiestas, los blancos dientes afilados, los ojos rojos de ira, las
uñas desgarrando nuestro miedo al contagio y a lo nuevo. Se apoderaron de
nuestras plazas y casas, de los jardines, nos expulsaron.
Han
pasado cuatro días y aún seguimos esperando su resolución, tras la valla,
desterrados, los niños lloran quedo, los mayores no nos explicamos cómo pudo
ocurrir, un anciano ha muerto de pena, el alcalde sigue negociando.
En un
pequeño transistor que escondí entre las ropas informan que las liebres se han
ido, que la ciudad está desierta, que podemos regresar.
Volveremos
sí, pero derrotados.
(Fotografía: Leonor Hidalgo)
1 comments :
Lo dices así para no tener que decirlo, pero es verdad, están aquí y, otra vez, nos han derrotado.
Malditas liebres.
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