La invasión de las liebres. Dispersión.
Fue aquella mañana que salimos
a buscarlo. Estábamos todos menos el ángel. No había un jefe y así nos fue. La culpa
fue de la niebla, también. No es cierto lo que dicen, no llevábamos armas,
excepto la rabia. Pensábamos volver para la merienda pero el bosque se
enemistó. Tengan en cuenta lo del jabalí y aquellos pájaros de pecho rojo. Por supuesto
que Marta no debió haber venido, no por nada, todos sabíamos su aversión hacia las liebres. Construíamos la
realidad aunque luego. No sé por qué me justifico, al fin y al cabo no le
encontramos. Lo pagó un inocente, Marcelo, quién lo sabe, su cara indicaba lo contrario.
Ahora nos buscan a nosotros. Bah, estamos aquí y allá, a refugio, que vengan. Nadie
piensa en rendirse. Manden carne y keroseno.
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