Empieza el frío
…Empieza el frío, el camarero me mira con sospecha porque es la tercera ficha que
le pido para llamarte. Me prepara otro gin tonic (este con menos ginebra y más
hielo, tal y como le dije la primera vez, que no se entera, coño) y lo deja
sobre la mesa con su cara de pájaro, sus modales toscos y mi certeza de que en
realidad es un perseguidor de esas muchachas rubias que gesticulan delante de
escaparates con vestidos imposibles, estampados con flores (de azufre, muy
raras, sí). Le vigilo (al camarero) a través del espejo con llamaradas de noche
y sonrío (sí, para que se confíe, estoy a punto de darle pegarle cuatro gritos,
tú sabes).
No (te) llamo, llueve y vuelvo a casa mojado hasta los huesos. Este que soy, el que conozco, se asoma a la ventana (la del comedor, la de las cortinas azules). Justo en la esquina de la calle te escucho cantar desde la casa de al lado, tu dulce voz (como de recitadora de pliegos de cordel) interrumpe mi nostalgia ciega. Vuelvo al bar (ese inútil camarero pagará mis frustración, lo juro)…
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