Debajo de una piedra.
[Piqueteros dando vueltas frente a una planta empacadora de carne durante la huelga de empacadores, Chicago]
Parker debajo de una piedra. En
algún sitio ha leído que es importante tener un espacio para la reflexión. Hace
un hueco entre lo imprescindible que, bien mirado, no es importante en absoluto.
Aparta ideas de rutina hasta llegar a la conclusión de que la pandemia le ha
dejado en otra pantalla antes del game over. Esto es grave. Cree que no quería
saberlo. Ensaya habilidades sociales delante del espejo, sonreír, saludar con
un firme apretón de manos, mentir, ocultar las emociones, ser el que no es. Ha descubierto
otras cosas, que le da miedo la
multitud, que ha dejado de beber por compromiso, que su teléfono no suena nunca,
que la rodilla derecha le duele menos, que es una persona afortunada. No quiere
reconocer que aunque Crimea, Irán, Yemen, Etiopía, Myanmar, Siria, Afganistán, Palestina,
tantos lugares donde imperan el horror, el miedo, la destrucción, la muerte,
estén tan lejos, le interpelan, le incumben por más que en todo aquello más allá de un kilómetro a su alrededor no
pueda intervenir. Parker ya no cree en casi nada, añora la ingenuidad perdida, el antes, se le está oxidando la armadura. Y así. Tira la piedra al río del
miércoles, sigue nadando hasta la próxima isla.
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