En el río.
Me tiré al río para salvarme a/de mí mismo
Ahí estaba, moviendo los brazos como Spitz.
Sumergido en el frío que llenó el viaducto de mis pulmones
Ladraban,
alborotaban los perros
Una anciana me observaba curiosa, sin moverse, sin gritar.
Mojada en la niebla, tiritando en la mañana.
No sabía de mi ignorancia en suicidios.
Eso
era el silencio.
El agua no distingue músculos ni facciones.
Se
limita a buscar el mar, como se debe.
Es
ágil como el verano de Francia.
El agua es obstinada y fluye.
Juega
con la muerte sin hablar, sin negociar, sin sellos
No
sabe si los ángeles de la guarda libran los jueves..
Floté río abajo como un bajel que apuraba la espuma sobre puntiagudas rocas. Vi tantas cosas nuevas, asombros que no puedo enumerar. Me confundí con el agua, fui agua, diluí la prevención, por las comisuras de mis labios se filtraba la ironía de las serpientes, la generosidad de los barbos, la ondulación de la corriente.
Unas monjas me saludaron desde un carro de heno.
Sus tocas volaron al pasar por el alto del puente.
Eran bellas como Isabel, como cipreses de ribera.
Los aguadores las requebraban sin recato.
Entre los juncos se enganchaban los cuerpos de los
adolescentes ahogados.
Lancé piedras desde el centro hasta el borde de las burbujas.
Las ondas concéntricas se abrían y llegaban a sus pies morados.
La
ciénaga presentida.
Borbotones
de orgullo.
Eleanor
Martin.
Para entretenerme reuní lo esparcido, palabras bailando en parejas.
Las voces se restregaban, se excitaban mutuamente.
Memoria, humedad, olores, piel, sabor de lágrimas, despedida.
El
espasmo de la cocinera que pela cebollas.
Cuando llegó el insomnio las madrugadas se eternizaron, perdí el sentido de la orientación, me anticipé al riesgo de la marea. Fue entonces cuando llegaron los pueblos, cuando presentí la colisión, cuando la luz se debilitó y supe que el remolino nos iba a tragar a todos, sin remisión, sin posibilidad de escabullirnos. Ahí delante estaba lo negro, lo negro, lo negro, lo negro, lo negro, lo negro, lo negro, lo negro.
Me jalé de los pelos y nadé/remé /pataleé hacia la orilla
No recuerdo si la derecha o la izquierda.
Me salvé a pesar del cepo del invierno.
Al salir vi los pájaros, graznaban sobre los alambres del cercado.
Llegaban y llegaban de todos los cielos.
Los oscurecían
Esta era la profecía.
Volví
a tirarme al río, espantado.
Aquí sigo.
Soledad de los ahogados.
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