Parker en el precipicio.
Algunas
noche gallegas, Parker sale a buscar la Vía Láctea, el festival de estrellas
en cielos sin contaminación lumínica, mientras la vaca que incendió
Alabama sigue corriendo entre los árboles oscuros, recuerdo de aquellos bosques
con pájaros presentidos, ruidos, chasquidos, miedo, tantear el musgo, voltear
la página y ya ve usted, aquí seguimos, el monólogo, dice Parker, circunspecto,
enfurruñado porque no le hacen caso, regresión a su infancia de melindres y
mimos por una legión de tías solteras, su primera desilusión, se casaban,
tenían hijos y él dejaba de ser el preferido, el único, escondido bajo las
sabanas que bordaban, los pantalones cortos que cosían para niños ricos, los jerséis de
punto para señoras con collares, las botellas de vino de La Rioja para ancianos
con posibles en posguerras interminables, rellenar albaranes de venta de
motocicletas artesanas, modelos únicos. Pobre Parker, se le acumula la
nostalgia y no encuentra el precipicio donde revolcarse a gusto.
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