Disturbios
Amada, este es mi sagrario personal. Algún disturbio hay aquí dentro que me hace correr de cara en cara, huyendo hasta caer de bruces en la raíz del temblor invisible de mi miedo a saber. A saber ¿qué? El látigo atroz de la conciencia. Mis amigos hablan de jubilarse por segunda vez; intentan también que sus hijas no les hagan abuelos de nuevo; tratan de sobrevivir a sus enfermedades; caminan por el lado brillante de la calle; es cierto que alguno bebe demasiado, que otro cambia de mujer de forma compulsiva, que uno tiene vicios inconfesables y qué aquél me traicionó un día, pero no es menos cierto que todos llevan la arruga del tiempo como pueden y saben y qué, por eso y por tantas cosas, son mis amigos. El cáncer envía telegramas implacables. Y el Señor de los hábitos. Preparo esta carta de hojaldre con palabras de cabello de ángel. Me subo a un carrusel con cebras y caballos de cartón. Mariane Faithfull arrastra una valija llena de olvido. Una mujer desnuda se zambulle en un imaginario bar portuario con humo y marineros. Un hombre se engaña con sueños de niño. No se puede vivir colgado del año del gato. ¿Volverá la ingrata?. El miedo es estar lejos de ti.
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