Por narices
Los
muchachos, disfrazados con absurdas narices de cartón, rodean y vitorean a un
hombre aupado sobre la mesa de un café. Este, cubierto con una esclavina negra,
les dirige un encendido discurso, moviliza la amargura y deja un ruido de
fondo, una torrentera creciente de entusiasmo que hace surcos en la sien, en la
cresta del alma de los jóvenes.
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