Parker y las manzanas
Hubo un
tiempo, recuerda, en el que Parker daba vueltas al árbol de los días. Todo era
fácil, alegre, relucían las mañanas, corría por ellas como un Mercurio ciego. Se
comía la vida a bocados, como si fuese una manzana roja, olorosa, dulce. Luego
la manzana se endureció y hubo de quitarle la piel, cortarla en pequeños
pedazos, morderlos con cuidado, masticarlos repetidamente y soportar las malas
digestiones.
Un día cambiaron los papeles, Parker se volvió manzana, colgado de una rama,
expuesto a los vientos, al frío, a la lluvia, soportando los picos de los
pájaros.
Aun así la vida iba de otoño a primavera y todo era como debía ser, llovía de
arriba abajo, la nieve era negra y los tigres se comían a los fotógrafos
audaces.
Hoy se ha despertado en medio de nada, un mundo sin eco donde todo es blanco o
negro, no importa, todo no es, no hay manzanas.
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