Torpe
Eres torpe, dijo la mujer que inauguró mis amores. Me vestí con torpeza y salí de aquel cuarto, avergonzado. Las siguientes no me calificaron mejor. No mejoraba. Quise copiar técnicas, teorías, sugerencias, consejos de amigos. Uno no tiene estudios pero sabe desenvolverse en lo cotidiano, en la cama no, no sabía.
Isabel era diferente, paciente, nadie decía que era bella, durante meses fue pudorosa. Aquella tarde, en su casa, por sorpresa reconoció estar excitada. Eres torpe, me dijo al terminar. Enséñame, le dije. Me fue indicando los pasos, primero aquí, luego aquí, despacio, ahora tócame así, ahora dime esto. Fue inútil. Sigues siendo torpe, dijo, después. Pero añadió, sé lo que te ocurre, no tienes memoria.
Con letras grandes se rotuló mejillas, brazo, pie, culo, seno, labios, párpados, lóbulo, así cada parte de su cuerpo, como mensajes. La tercera vez recordé el itinerario y leyendo acaricié aquí, besé allá, susurré esto, estimulé lo otro, como haciendo un crucigrama, un puzle, un mapa. Ahora mejor, dijo suspirando.
Con la práctica mi memoria va mejorando, Isabel ya solo se rotula tres o cuatro partes de su cuerpo moreno, no soy el mejor amante del mundo pero me/nos apañamos. He llegado a un punto en el que me ocurren dos cosas, he aprendido a leerla y, sobre todo, estoy enamorado. (No me hagan mucho caso, sigo siendo un negado, en la cama)
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