Marco Valerio Marcial
J es mi amiga desde los tiempos de los romanos o los griegos, por ahí, era todo así, imperial. Tanto que leía (ella) los epigramas de Marcial (hay que leer a Marcial, siglo I igual a siglo XXI) que dice cosas así:
Las cosas que hacen feliz,
amigo Marcial, la vida,
son: el caudal heredado,
no adquirido con fatiga;
tierra al cultivo no ingrata;
hogar con lumbre continua;
ningún pleito, poca corte;
la mente siempre tranquila;
sobradas fuerzas, salud;
prudencia, pero sencilla;
igualdad en los amigos;
mesa sin arte, exquisita;
noche libre de tristezas;
sin exceso en la bebida;
mujer casta, alegre, y sueño
que acorte la noche fría;
contentarse con su suerte,
sin aspirar a la dicha;
finalmente, no temer
ni anhelar el postrer día.
J va y viene como esas mariposas que vuelan de California a no sé dónde, son amarillas, las mariposas, ella es de todos los colores y lee a Quignard (uno de mis preferidos, pero Cortázar), escribe en el borde de cuadernos en noches Dylan (Thomas) y Whitman (Walt) cuando aún no había metro nocturno, trenes sí, tanto hay ahora que no había y viceversa.
Pues eso, que quiero/quise justificar ante J mi modesto garabato del otro día, una experiencia personal (claro, pero por si acaso lo aclaro). Un día destinado al trabajo que se convirtió en placer inesperado y allí el tránsito, el descubrimiento del goce extremo al otro lado del sentimiento, suplantándolo, arrasando la ternura, el instinto, lo anterior, algo animal, lo que somos (algunos más que otros, incluso cuando hablan) y yo qué sé.
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