viernes, 3 de julio de 2020

Espanto



Entre el ramaje de lo cotidiano va por un lado el que trabaja, ríe, llora, se alimenta, dice, se expresa, sufre, goza, excreta, duerme, bebe, comunica, ignora, ama, busca, se pregunta por la esencia y no la encuentra.

 

Pero intuimos otro lado, desconocido.

 

Un día, durante el amor, al dar dos pasos atrás y mirar desde fuera, descubrimos el tránsito brutal de la voz al gruñido, del control del cuerpo por la razón al empuje imparable del deseo sin límite, primitivo, animal.

 

Y surge el espanto.

 

Espanto al descubrirnos en el instinto, antes de la palabra, antes del pensamiento.

Ahí estaba lo desconocido.

 

Espanto después del deseo que fascina.

 

Al instaurar el rito descubrimos el cambio de la pasión del cuerpo por el fervor, por la entrega del sentimiento, dejación de la voluntad, nos instalamos en el otro. Sacrificio de la voz -del ser- por la tiranía de la emoción -ser en otro-, trueque en esa entrega del que eres por aquel al que no puedes llegar, laberinto de laberintos sin luz, doble ser deshabitado.

 

Y nos asomamos al abismo de ver el antes, la angustia al ignorar dónde hemos estado, no haber sido, no ser ya, nunca. Aún sabiendo que el resplandor está ahí, debajo del negro paño que cubre la sagrada cesta de juncos de los días.

 

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