Parker y su yo.
A principios de este año Parker lo tenía claro (no del todo), hacía lo que hacía para que le quisieran. Temía que en realidad se había convertido en alguien que no era él sino uno que buscaba aprobación, integración, reconocimiento y cariño (amor en algunos casos).
Cuando vives así mucho tiempo es posible que en algún momento, por ejemplo al mirarte al espejo, no te reconozcas. Parker decidió que algo debía cambiar en su conducta, en su manera de ser para los otros. Empezó a buscar su propia aprobación pero la falta de costumbre le hacía confundirse y había veces que era él y otras que no, que era un señor de bigote. En resumen, que tenía un problema de personalidad de libro.
¿Qué hacer? Recurrió a la ayuda de un afamado psiquiatra que le hizo verse por dentro como nunca se había visto, su él, el ello. Varias sesiones después y varios cientos de euros menos Parker, por fin, supo quién era, quién es. Pero, ay madre, como dice el dicho, ha sido peor el remedio que la enfermedad, Parker no se gusta nada, se tiene manía y entre el confinamiento y ese yo incómodo lleva desde el 14 de marzo sin salir de casa. Por cierto, ha escondido los espejos y los teléfonos. No le llaméis.
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