La invasión de las liebres. Sensación
Piero Fornasetti
La pleamar llenó de uvas verdes la boca de
María, sus cabellos descoloridos se enredaban entre algas y medusas que herían
los brazos de los nadadores que salieron a salvarla.
Todos se ahogaron, impotentes ante la fuerza de
la marea, sus cabezas aparecían y desaparecían entre la espuma de las olas.
La esperanza, no.
Encendimos una hoguera bajo la higuera al borde
de la playa, rezamos y cenamos, los vagabundos no se acercaban por miedo a los
perros y a nuestra mala fama. Pintamos su nombre en la fachada amarilla de la
casa de siempre, donde estuvo el bar.
Nos bañamos desnudos y el frío nos mordía la
barba y las nalgas.
Sabíamos del tiempo de la vendimia pero nos
demoramos en funerales y ceremonias, ella era la primera y quisimos honrarla
con fuego y vino, alimentamos su memoria sabedores de nuestra pronta
amnesia.
Al amanecer salimos hacia la cordillera, nos
perdimos entre la niebla y los pinos, nadie hablaba, el dolor del desencanto
aprisionaba nuestras piernas.
Tres semanas después supimos que los bosques se
habían quemado, nada supimos de las liebres.
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