sábado, 25 de mayo de 2019

Alborada


Aubede ( Alborada). 

 (Trabajo todo el día, y por la noche estoy medio borracho
Me despierto a las cuatro, y en la oscuridad, miro
En un momento habrá luz en torno a las cortinas
Hasta entonces veo lo que siempre está ahí:
La incansable muerte, cada día más cercana,
Que impide pensar en nada que no sea en cómo
donde y cuando moriré.
Áridas interrogaciones: y sin embargo
El miedo de morir, y estar muerto
me deslumbra de nuevo y horroriza
La mente en blanco ante el resplandor. No de remordimiento
-el bien no hecho, el amor no dado, el tiempo
perdido- o desconsuelo porque
esta única vida pueda tardar tanto
en liberarse-o no- de un mal comienzo;
sino por el vacío total, eterno,
la extinción segura hacia la cual viajamos
Y nos perderemos. No estar aquí,
No estar en ningún lado,
y pronto; no hay nada más terrible, ni nada más cierto.
Es un modo especial de tener miedo
Que ningún truco disipa. La religión solía intentarlo
Ese vasto brocado musical apolillado
creado para fingir que nunca moriremos.
Engaños del tipo “ningún ser racional
Puede temer algo que nunca sentirá”, no viendo
que eso es lo que tememos: no ver, no oír,
no tocar o gustar u oler, no tener nada
con lo que pensar, o amar, o relacionarse,
una anestesia de la que nadie vuelve.
Y así, en los márgenes de nuestra visión,
Existe un punto borroso, un escalofrío permanente
Que convierte cada impulso en titubeo.
La mayoría de las cosas no suceden. Esta sí,
y darnos cuenta de ella nos irrita
Con un miedo que abrasa cuando nos pilla
solos o sin bebida. El coraje no sirve
significa no asustar a otros, el valor
no libra a nadie de la tumba.
Se muere igual gimiendo o resistiendo
Crece la luz, el cuarto toma forma
tan lisa y llanamente como un armario que conocemos,
Lo hemos sabido siempre, sabemos que no podemos escapar
Y sin embargo no lo podemos aceptar. Por un lado tenemos que marchar
Y mientras tanto, los teléfonos se agazapan, listos para sonar
en despachos cerrados, y el impasible,
Intrincado, desgarrado mundo, comienza a despertarse.
El trabajo espera.
Los carteros, como los médicos, van de casa en casa)



Philip Larkin. 1977

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