Regreso de un Sur
El
regreso. Ríen los pájaros sobre tu playa. Has vuelto, de la lluvia, del Sur. Miras
tu casa, das vueltas por tu casa, te miras, das vueltas dentro de ti, te
piensas. Has vuelto. Dos mil kilómetros. Otros paisajes. Llevas en la muñeca
una pulsera de hojas verdes, de flores blancas que crecen en las dunas de la
isla. Cierras los ojos y ves carreteras, montes, pequeñas casas en el
monte, nubes blancas, inmensos campos vacíos. Abres los oídos y aún recuerdas
el acento sin eses, el gracejo de los camareros, el murmullo del viento sobre
la espuma de la orilla. Tocas con los dedos el cristal de una ventana, detrás
está otro mundo. El siguiente minuto está hecho de latidos, de espacios por los
que flota la que fue, la que volvió, la que es ahora, tú. La niebla de la
mañana difumina el sol, viene un buen día. Te paseas por pensamientos como
escaleras, tienes muchos cuartos cerrados, temes abrir algunas puertas, temes
lo que puedes encontrar dentro de ti, de lo que te queda por conocer, por
hacer, por disfrutar. Sueñas y niegas que sueñas, tocas una columna de seda y
relámpagos y sabes que te dan miedo las tormentas, estás en la proa de tu barco
y a la vez manejas el timón, el viento te despeina pero señalas el camino entre
tu pelo que baila. Ahora has vuelto. De la lluvia. Del Sur. Has vuelto y
alguien te recibe con palabras doradas, con cariño, con señales de fuego desde
las ermitas en las cumbres de montes en el horizonte. Caminas y a tu lado van
tigres y toros, corderos, palomas y en las nubes se abren pasadizos que te
invitan a entrar, entras, ni tú misma sabías que eras tan valiente, entras,
bajas, subes por escaleras húmedas, vas, vienes por pasadizos que te inquietan,
escuchas susurros entre los azulejos, voces que te llaman, miras y ves más
nubes, miras y te ves en un espejo, esa eres, tú, has vuelto, alegre, has
disfrutado de ese viaje, aquí no llueve. Hola, bienvenida a casa.
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