Quizás lo era, sí.
Vacaciones en el Sur. En la playa hicimos un castillo de arena, gigante, con balcones, una
princesa y un dragón. Saltamos las olas gritando “Jerónimo”, bailamos en la orilla. Cambió el viento a poniente. Al mediodía comimos ensalada y sardinas en un restaurante con mesas de madera. Volvimos a la playa, los niños jugaron al escondite, subieron hasta
la duna, merendaron pan con chocolate y fruta. De vuelta a casa se durmieron
en la parte de atrás del coche mientras les contaba cuentos de guerreros y
zombis. Al llegar les llevé en brazos hasta la cama, no se despertaron. Salí al jardín
y lloré. Después de un rato entré en la casa, me puse a fregar los platos de la
cena del sábado. ¿Qué te ocurre?, me preguntó ella. No supe responder. Quizás
aquello era la felicidad. Entonces.
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