Desagravio a una lectora japonesa
En aquella lejana época de navegante solitario recalé en una isla al norte del Japón, con playas milagrosas bañadas por un océano donde flotaban mis pecados y los blancos salvavidas de un barco embarrancado.
Viví un
tiempo allá, tierra adentro. Aprendí algo de japonés, la técnica esencial del
harakiri y como desabrochar los botones de un kimono sobre un maniquí.
Aquella
estancia –y una geisha luminosa- me inspiraron un largo relato que titulé
“Último naufragio”, que no recuerdo si terminé de escribir o si sigue,
inconclusa, rebelde, en algún cajón. Tampoco recuerdo si fui expulsado por
belicosos samuráis o si en la estación de los monzones me fui nadando entre las
olas del alba. Cierto es que no fue una salida honrosa, resulta duro para mi
orgullo de gallo y se borran los recuerdos entre bailes de mariposas amarillas.
A veces
hablo de esa isla, con exquisito cuidado, con otros nombres que invento. Su
configuración geográfica es propensa a los terremotos, sus ríos y montañas
tiemblan al paso de los monstruos Godzilla, su clima se altera con los suspiros
del sol naciente y torna en lluvias torrenciales. Cosas de las islas sensibles.
Cuento
esto ahora que a una lectora –casualidad- japonesa, con el mismo nombre que esa
isla, no deja aquí sus comentarios pero sí su disgusto. No tengo pruebas, pero
estoy seguro que ella está aún allí, en el lejano Japón, que me conoció en
aquel viaje, que quizás la ha enviado la Yakuza (やくざ) para cobrar tantas facturas que dejé impagadas en los mostradores, que guarda una daga
entre sus ropas negras, que debo estar atento en las esquinas. Ay.
Es difícil mantener un blog a gusto de todos.
Esto intenta ser un desagravio.
Algunas lectoras japonesas son rencorosas.
Esta es bella.
2 comments :
I loved this history !
( story ) !
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