Parker, roll me through the rushes.
Parker ha vuelto a cambiar de
trabajo, de la probeta al chip, de la nada a ser otro, simularlo a tiempo
parcial, como un agente doble con el cuello de la gabardina alzado, infiltrado
entre las líneas enemigas, vigilando con eficacia las válvulas y los chirridos,
los conceptos, las idas y venidas, la puerta de emergencia y el primer peldaño
de la escalera (aún no se ha decidido a subir).
Guarda la ingenuidad envuelta
en un pañuelo blanco, el mismo que envuelve la pistola. Subido sobre una mesa,
tampoco se atreve a decir ahora lo que no dijo entonces, no por miedo a los
gritos, no, por miedo a que el corazón se le salga por la boca junto al asco y
el odio, la vergüenza de estar callado mientras tantas cosas ocurrían alrededor
y todos miraban hacia otro lado (entonces nos vencieron, malditos hijos de
puta).
Lleva la venganza cosida al
pecho, tatuada en cada gesto, esperando, agazapado, tranquilo pero atento, siente
a los enemigos extramuros de su alma, sabe que algún día pasarán frente a ese
portal que vigila y cuida, entonces pagarán las humillaciones y la prepotencia,
los desprecios, jamás podrá absolverlos (cada
día falta menos).
Si solo se atreviera a subir
esa escalera.
(Ilustraciones Ricardo Cavolo)
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