martes, 10 de diciembre de 2013

Parker, roll me through the rushes.



Parker ha vuelto a cambiar de trabajo, de la probeta al chip, de la nada a ser otro, simularlo a tiempo parcial, como un agente doble con el cuello de la gabardina alzado, infiltrado entre las líneas enemigas, vigilando con eficacia las válvulas y los chirridos, los conceptos, las idas y venidas, la puerta de emergencia y el primer peldaño de la escalera (aún no se ha decidido a subir).

Guarda la ingenuidad envuelta en un pañuelo blanco, el mismo que envuelve la pistola. Subido sobre una mesa, tampoco se atreve a decir ahora lo que no dijo entonces, no por miedo a los gritos, no, por miedo a que el corazón se le salga por la boca junto al asco y el odio, la vergüenza de estar callado mientras tantas cosas ocurrían alrededor y todos miraban hacia otro lado (entonces nos vencieron, malditos hijos de puta).

Lleva la venganza cosida al pecho, tatuada en cada gesto, esperando, agazapado, tranquilo pero atento, siente a los enemigos extramuros de su alma, sabe que algún día pasarán frente a ese portal que vigila y cuida, entonces pagarán las humillaciones y la prepotencia, los desprecios, jamás podrá absolverlos  (cada día falta menos).

Si solo se atreviera a subir esa escalera. 



(Ilustraciones Ricardo Cavolo)

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