Carta del amante nocturno.
En
este limbo sin viajeros, busco huellas de aquel que he sido, invisibles pasos
en los senderos con nieve.
El guardián sigue sentado bajo
el reloj.
Invento triquiñuelas para
espantar a los segadores.
En un plato, sobre la mesa, las
manzanas.
La puerta abierta o cerrada, la
puerta.
El jilguero con sus alas
mojadas de aceite.
Y esta melancolía anegando la
tarde, sin remedio.
El sembrador de estrellas no
viene.
Husmeo el aire para encontrar
el viento del norte, aturdido aún por el inoportuno observador de aquel
febrero.
Después, la tarde se calma, se
vuelve noche, se llena de noche, y yo también quiero llenarme de tus noches,
esconderme en un pliegue de las sábanas que te envuelven y sentirte dormida,
soñando.
Mi amada, ¿con qué sueñan las
mujeres como tú? Quiero dormirme y soñarte despierta a mi lado,
mirándome, besándome los párpados, espantando las pesadillas, aún es pronto
para despertar y tengo tanto por soñar, pero las manzanas. También quiero
seguir en vela, desvelado, no quiero dormir porque estoy asombrado de que me
quieras y sigo así, con los ojos abiertos al silencio de la madrugada, antes de
que canten los gallos y el jilguero vuele lejos, con la espina en su pico leve
manchado de sangre.
Quiero contradecirme, quiero símbolos que digan aquello a lo que no me atrevo, lo que pugna por definirse, lo que lucha aquí dentro sin saber dónde termina el camino, sin saber siquiera si hay camino y solo podemos andar, ciegos, desorientados, tanteando los bordes de los ríos, los límites de la decepción, tocando con los dedos el cauce de los recuerdos, besando en la distancia el rastro pálido de aquel verano lleno de risas, aferrándonos, ya vencidos, a la luz irreparable de mañana. Porque, más tarde, la noche se volverá día y cuando llegue esa mañana quiero llenarme de tus días, esconderme entre tu piel y sentirte viva, viviendo.
Quiero contradecirme, quiero símbolos que digan aquello a lo que no me atrevo, lo que pugna por definirse, lo que lucha aquí dentro sin saber dónde termina el camino, sin saber siquiera si hay camino y solo podemos andar, ciegos, desorientados, tanteando los bordes de los ríos, los límites de la decepción, tocando con los dedos el cauce de los recuerdos, besando en la distancia el rastro pálido de aquel verano lleno de risas, aferrándonos, ya vencidos, a la luz irreparable de mañana. Porque, más tarde, la noche se volverá día y cuando llegue esa mañana quiero llenarme de tus días, esconderme entre tu piel y sentirte viva, viviendo.
Amada mía, ¿cómo viven las
mujeres como tú? Y al saberlo, soltar el nudo que detiene mi barca, envolver
los paisajes y las constelaciones, el mármol, las tempestades y la certeza de
que hay aquí un intento, otro, de acercarme, sigiloso, a tu corazón y quedarme
allí, para siempre.
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