jueves, 12 de diciembre de 2013

De lo invisible.


“Escribir aminora el dolor. Pero no mata el mal. Y el revés de la moneda es que el dolor o sufrimiento gratuito de quién escribe produce inmediatamente un placer. El escritor es un peregrino de lo absurdo, siempre estará insatisfecho, siempre vivirá en la duda, en el desencanto y en la amargura del no es esto, no es esto.” (Pablo Antoñana)



Escribe con las tripas, me decía. No es fácil. He vivido mucho tiempo en el centro de la luz, ciego, gozosamente ciego, viendo por sus ojos, apoyándome en su mirada, viviendo para ella. He sido un prisionero del amor que siempre dudé pudiera existir. Pues bien, existe, lo proclamo: he estado enamorado, tan enamorado que mi cabeza y mi corazón están heridos. Tanto la admiraba.(Esta vez no tomaré pastillas, te lo aseguro).

Puedo verla ahora, de pie bajo una bombilla colgada en el centro del techo de esa habitación forrada de plomo, en Barcelona, los ojos cerrados, lúcida, obstinada, segura de su decisión. (¿Estás grabando?)

Rebusco en libros, leo, anoto citas ¿quién leerá lo que escojo?. Me coso los labios para no llamarla Ato mis tobillos para no salir a gritar su nombre en los bosques que tantas veces atravesamos. Clavo mis manos a un madero para no escribirle súplicas. Muerdo con rabia el deseo de volver a hablarle cada mañana, como antes, la voz lenta cayendo como gotas cálidas de cera que salpican la mesa donde me siento y miro. (Mis ojos, oh, la mirada recuperada).

Abro la puerta, temeroso, pálido regreso al aire, con llagas en las muñecas, en los tobillos. Camino por el monte, la piedra reluce, el sol de otoño al traspasar la cima atraviesa las hojas amarillas, las ramas desnudas, los árboles brillan. Y ahora, este espectáculo mágico ¿a quién se lo cuento? (El tiempo pasará. Un día, lo sé, borraré todas tus cartas, un día no recordaré quién eras)

Se me olvidará su rostro, su sonrisa, el gesto serio, los ojos que me miraban al trasluz. Se me irán diluyendo sus palabras, todo aquello que decía, su cuerpo que gemía junto al mío cuando temblábamos de placer, henchidos, acoplados por un genial carpintero invisible. (Ah, ¿recuerdas nuestros cuerpos en dulce batalla?)

Hoy es jueves, solo ha pasado un día (justo ahora cierras la verja)

Sé que sus tijeras de podar están dejando todo esto en una sola palabra (No).

Me amordazo. Intento vivir con el silencio.(Tú sabes que no voy a resistir)

Y a los que leen, ¿qué os importa todo esto? ¡Marcharos! No traspasar la línea. Fuera de mi frontera. Dejarme tranquilo, ¿qué buscáis aquí? No os he invitado (¿o sí?)

No, no cerréis la ventana, vosotros no.

Por favor, no me dejéis solo.

Por favor (la vida imita a la vida).



Saltó el viento de levante y no sabe qué hacer con el aire. Le entra por la nariz, por la boca, no le deja respirar, se ahoga, alborota sus cabellos, la ropa, las ideas le andan temblando. Camina cerca de la playa y la arena se le clava en la frente, en las orejas. Es hora de regresar a casa pero no recuerda donde está su casa.
Ese hombre se habla, camina en círculos, muerde el aire, tiene los ojos enrojecidos, corre, se para, babea, gesticula, ahora se ha quitado la ropa y, desnudo, nos mira (te está mirando a ti)



”.La palabra ha de llevar el lenguaje al punto cero, al punto de la indeterminación infinita, de la infinita libertad (De un diario anónimo)

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