Carta a la amante enferma.
Qué
es la magia, preguntas
en una habitación a oscuras.
Qué es la nada, preguntas,
saliendo de la habitación.
Y qué es un hombre saliendo de la nada
y volviendo solo a la habitación.
(Leopoldo María Panero)
Antes
de empezar a leer a André Gide ya me ha enganchado. Tú también me has
enganchado, bella, que me haces culpable de tus males internos, que me haces
sentir como un corruptor de ancianas desvalidas, de inocentes damas otoñales,
de infantiles mujeres que caen en los brazos del pecado, del mal, del vicio en
compañía que deja tus riñones con habitantes negros, no deseados, víctima
precisamente de tus deseos más oscuros, un hombre joven, fornido, de pelo en
pecho, que te bese y te toque, que te someta a sus bajos instintos de macho, de
gallo, de Minotauro hocicándote el sexo, de centauro hablador y festivo que te
lleve a su grupa sobre el río que arrastra los interrogantes mientras todos los
herreros del mundo te miran con ojos que reprueban y tú viajas en trenes
franceses, en aviones que despegan en aeropuertos perdidos en tu mente, que
aterrizan en mi alma y ahí te quedas, bicho tú también, enajenada, habitante de
mis sueños, mujer fatal que me llenas de urgencias, que me bañas de un deseo
creciente, como una marea que me lleva, nadando en tu bajamar, sirena tumbada,
desnuda sobre la alfombra llena del germen invisible del dolor, de los
microbios suicidas que te transitan, afortunados ellos que te ven por dentro,
que te hacen sentir un suplicio, que no te dejan indiferente, aunque sea para
eliminarlos con antibióticos nuevos mientras te ruego una mirada, me arrodillo
ante ti como un fervoroso amante, beato, pío, devoto admirador, te rezo, te
imploro, te beso las sienes, te oprimo los muslos, pobrecita mía, cansada,
dolorida, sudorosa, llena de incomodidades, traspasada por los puñales de la
infección, como una virgen andaluza, como una mártir romana, santa Águeda con
sus pechos en un plato, ofreciéndose en sacrificio de amor a un hombre en
permanente deseo, mujer sometida a ese rol, niña-mujer-señora sorprendida en su
sorpresa, ven, hembra, déjame que te cante otra vez como un trovador
desobediente, Dama dejando sus trenzas colgadas de la almena, ¿de verdad crees
que siempre debo desearte?, ¿de verdad siempre te ofreces en el altar de ese
cuarto a oscuras?, ¿de verdad estás seducida?, ay, veo ahora la línea fría de
tus ojos entornados, chinos, mirándome pícara, engañadora, que sí pero no, que
no es esto qué es lo otro, pero mi peso sobre ti, mis palabras en tu oído, mi
aliento en tu espalda, mis dedos en ti, con tantas preposiciones como
imaginarte puedas, fantasía para hacernos el amor, para inventarlo entre
nosotros, prisioneros los dos, silenciando al ángel de la guarda, llamando al
diablo que nos lleva por mazmorras y pasadizos confusos, llenos de noche y
gritos, de temblores, de algo que antes no había, de algo más, presencia,
presentimiento, sensaciones de manos húmedas que te recorren, suaves tejidos
envolviéndote, sedas vistiéndote, cuartos de hotel donde te desnudas, emoción
de sentirte atrapada por otro cuerpo, sometida al tuyo, acariciada hasta el
borde, elevada al abismo de "no puedo más", conteniendo el mordisco,
atada por la pasión, la pasión sí, marcándonos con su mirada de fiera, roja, implacable,
arrolladora, magnífica, dragón de oro que nos atrapa en sus fauces, que nos
lleva en sus garras, pensándonos hasta la jaqueca, deseándote ahora que sé que
estás débil, indefensa, inerme, mimándote con palabras que te engañen, que te
acechen, que te dejen entregada, sobre las sábanas, abiertos tus brazos y tus
piernas a la embestida de este hombre diverso y cierto, de sangre y huesos, de
mente abrazada a la tuya, pugna de saber tú, de saber yo, de sabernos y
temernos, de imaginar otros paisajes, otro horizonte, otras noches o la misma y
te esperan y mis amigos me llaman y tú y yo jugamos a que jugamos detrás del
espejo. Y sin embargo.
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