lunes, 9 de diciembre de 2013

Eso que está bajo la almohada ¿es una vaca?

 



Uno no puede ser escritor si no se ha comido un ventrílocuo.
No importa cuando.
Ni lo grueso o delgado que estaba.
Importa, sí, comerse también al muñeco.

A partir de ahí, escribir, sin cesar, como un alucinado monje zurdo, contar, no importa qué, ni cómo, el caso es contar, alimentar el hircocervo, esparcir grano, mantener la impostura de ser quién no eres, al menos no eres como eres, o sí, cubrir el rostro de ella con un pañuelo para no besar los labios que otro haya besado, ya, que cuando vi su cama no pude contener el escalofrío de imaginarla en brazos de su marido, sus suspiros, las palabras que a mí también me decía, después, o en días alternos, locura de enamorarse de quién no se debe, enajenación de pubis, insistencia en el error, caminar por el lado oscuro de la calle, el hueco entre mis sábanas, la ausencia de aquella con quién las compartía, ausencia más ausencia es igual a soledad, palabras de alquitrán, palabras enemigas que no me socorren, hacer la maleta y huir, la luna se reflejaba en su piel y ella dormía con las ventanas abiertas mientras yo siempre las he cerrado, discrepancias mínimas que fueron creciendo, dulce contra salado, chocolate contra pepinillos (en vinagre), sentido del humor contra un amor que se fue diluyendo cuando consumimos las posturas, una tras otra, intentamos invitar a terceros a nuestra cama pero unos eran feos y otras ansiosas, aquel tenía un lunar en la mejilla y a esa le gustaba más ella que un servidor que servía lo mismo para un roto que para un descosido pero que cuando se comió el primer ventrílocuo estuvo digiriéndolo tres semanas, como una boa constrictor, asimilando eso de hablar con las tripas, simular que el bajito era el que decía lo que tú sentías, meterle la mano entre la ropa y mover sus labios, los tuyos en realidad, ser otro y tú, demasiado complicado eso de ser uno mismo y hasta aquí puedo leer.

Porque uno, ya te digo, no puede dedicarse a esto de escribir si no se ha comido también varios muñecos, pequeños señores plastificados que digan lo que tú no dices alrededor, personajes de cartón para manipular, mecanismo elemental y consensuado, salir al escenario y hacer reír, o llorar, pasen y vean, el oso amoroso, la mujer barbuda, el león rapado, los payasos sin atrasos, este es el circo literario para espectadores sin complejo de lectores. Por cierto, nena, eso que está bajo la almohada ¿es una vaca?




Franz Marc

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