martes, 19 de febrero de 2013

Que paren las máquinas.



Que paren las máquinas.
Vengo del Kasko de tomar unos vinos con mis amigos.
Son las 22,55H.
Tenía preparado lo de mañana martes.
Pero he recibido un correo.
En él se identifica a la persona de quién hablaba en mi texto del lunes.
Me parece increíble.
Sobre todo porque lo modifiqué a última hora para evitar precisamente eso que ha ocurrido.
De hecho es lo hago habitualmente ya que ante mi falta de imaginación me limito a disfrazar la realidad.
La realidad, ¿habrá una sola realidad?
Soy muy escrupuloso con mi intimidad, cuento lo que cuento de manera que parezca que sí, que no, que quizás, es igual, ya veo, se nota.
Debe ser que ya solo me leen aquellos que me conocen.
Ay, aquellos tiempos del incógnito.
El caso es que una persona ha adivinado de quién hablaba (con todo lo que eso conlleva de heridas abiertas, de culpabilidad, de personas que no se pueden olvidar, de mi propia postura ante lo que escribo, cómo lo escribo, de mi derecho a escribir así, etc)
Son las 23,02H.
Cambio lo de mañana.
Seguiré modificando este texto.  





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