Berlín en sombras y pájaro
Tomábamos cabernet sauvignon en unas copas estilizadas. No sé si era la más guapa, era la que más me gustaba. La tome de la mano y bailamos al son de Nine Horses en una habitación oscura.
Dejé en su oído palabras mediterráneas con sabor de aceite, de almendras. Después la música cambió, bailar con Bach es difícil, decidimos seguir abrazados, en mitad de la habitación, más o menos, ya he dicho que estaba oscuro, tampoco estábamos para geometrías, andábamos enfrascados en geografía, ella buscaba el norte de mis labios, yo el sur de su cuerpo que palpitaba bajo mis manos peregrinas.
Era incómodo, dos personas adultas abrazadas, de pie, en la oscuridad, ignorando quién estaba fuera, quién podría ser el entrometido que daría la luz para estropear lo íntimo.
Estaba aquella maldita cremallera. Y mi espalda, que me duele cuando estoy mucho tiempo de pie.
Recordé que tenía la maleta sin hacer. Me ocurre a veces, estoy en una cosa y la cabeza se me va a otra. También empecé a pensar en estrellas en un cielo de alquitrán, en un avión con alas de plata y polizones escondidos entre el equipaje de la sentina. Con frecuencia tengo reacciones extrañas, estábamos allí, los dos, no sé si era la más guapa, era la que más me gustaba, el caso es que me subí los pantalones, me ajusté el cinturón y me despedí. No creo que me entendiera, ni siquiera era alemana, parecía de un país del este. En el salón hice un gesto con la mano, nadie levanto la cabeza, cada uno estaba a lo suyo.
No utilicé el ascensor, me dan miedo los espacios tan pequeños, bajé por las escaleras, silbando. En Friedrichstraße logré encontrar un taxi y me pregunté qué demonios hacía en aquella casa. Aún no lo sé. El otro coche venía de Unter den Linden, no respetó el semáforo.
Dicen que tengo para un mes más, como mínimo. Por eso pienso en estas cosas. Y en otras. Me aburro en esta cama blanca.
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