Cuando Helen Fisher me lo explicó.
Helen
Fisher: "El colocón del enamorado lo producen las sustancias que fabrica
su cerebro"
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Esta
es una historia entre la química, la monogamia, el adulterio y la necesidad de
ser otro, al menos en mi cerebro.
Empieza
en Manhattan pero solo porque vivo aquí, la verdad podría haber empezado en
Bilbao que es de donde soy, pero no, empieza donde estoy, ahora.
Jenny
es marchante de arte. Quiso que la acompañara a visitar a una artista en la
zona de Chelsea, cerca de Meatpacking. Me convenció diciendo que después iríamos
a cenar a Ciprinai´s. Fui.
Llegamos
al lujoso ático donde vivía Arundhati Jackson,
una pintora medio hindú medio americana que nos recibió con amabilidad, nos
ofreció té y pasamos a revisar su trabajo. De entrada me pareció una mujer poco
atractiva, menuda, de mediana edad, demasiado delgada, de voz rasposa. Mientras
ellas hablaban me dediqué a mirar por la ventana.
Fue
allí, mientras veía brillar el sol del atardecer en los rascacielos cercanos.
escuchando desde otra habitación aquella voz cuando, sin siquiera sospecharlo,
en el núcleo caudado de mi cerebro varias regiones activas se iluminaron de
amarillo intenso y naranja. A la vez el área tegmental ventral comenzó a
producir dopamina con fluidez. Es decir, comencé una alerta que incluía una
incipiente excitación sexual, una creciente sensación de placer y una
motivación para intentar conseguirlo.
Esto no lo supe hasta un tiempo después,
cuando Helen Fisher me lo explicó.
Nos
despedimos y Arundhati me obsequió con un catálogo de su última exposición, le
di dos besos en la mejilla agradeciendo su hospitalidad. Salimos. Me excusé con
Jenny diciendo que no me encontraba del todo bien. Tomé un taxi hasta mi
apartamento en Broome Street. Sin pensarlo busqué la dirección de correo en el catálogo
y escribí en mi iPad necesito verte. Treinta
segundos después tenía una contestación, ven.
Fui.
En
el ascensor no era consciente de mi alto nivel de dopamina, del aumento
incontenible de testosterona. Nada más entrar, nos miramos, nos quitamos la
ropa y nos amamos con deleite e intensidad, arrobados, apasionados. Arundhati
era una buena amante, solicita, sumisa, activa, ansiosa, paciente, ardorosa,
amorosa, completa. Mi cerebro se colmaba de norepinefrina que me daba aquella
euforia, aquella sonrisa tonta mientras con el descenso de serotonina comenzaba mi obsesión por estar
con ella.
Helen
Fisher me explicó que esto era así.
Pero
no quiero contar toda mi historia.
Diré
que duró cuatro años.
Nos
amamos 157 veces, los miércoles
También
algún domingo, cuando Joe, su marido, estaba de viaje.
Resumiré
diciendo que destilo testosterona, amargura, soledad, amor no correspondido y
que estoy, hoy también, frente a su apartamento, esperando que salga.
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