Resquicios.
(Harry Callahan)
A Marie no
le gustaban algunas miradas.
Cuando a su
padre se le ponían los ojos como flores
marchitas.
Las de las
madres de sus amigas en la piscina de la urbanización, su padre era el más fuerte,
el más guapo de todos los padres, el que mejor nadaba, aborrecía aquellas risitas envidiosas.
Las de John,
su hermano mayor, estaba segura que le odiaba porque ella era la hija favorita,
al menos algunas veces.
Ni la de su
hermano pequeño, tan hueca, vacía, pobre niño, apenas se movía, su padre nunca
le hacía caso, como si no existiera, una
maldición, escuchó un día.
Pero sobre
todo no le gustó la mirada de agua de
su madre cuando bajó las escaleras la tarde que escuchó su conversación, ¿cómo puedes pensar eso?, por supuesto que
no hay otra. No entendía de qué hablaban, quiso darle la mano pero ella la
retiró con enfado, déjame en paz, vete a
jugar, qué sabrás tú, vete, nunca le había hablado así, antes.
A Marie le
gustaba el olor de su padre cuando veía la televisión con la cabeza apoyada en su
pecho, siempre se quedaba dormido, como
un oso cariñoso. Le gustaba también cuando le daba la mano al ir a comprar el pan, John en bicicleta llamándole
flacucha y él, enérgico, deja en paz a tu hermana.
Detestaba
que sus amigas le preguntaran si su padre no
usaba nunca corbata.
O la
tristeza que seguía a su madre en las últimas semanas, como un perro negro y
malo, ¿hoy tampoco vendrá papá a cenar?
Llegó el día
de las lágrimas, aquel en que se quedaron con la tía Esther. ¿Dónde está mamá? John no quería salir
de su habitación. No fueron al colegio y el tiempo pasaba con lentitud aunque
entonces Marie apenas sabía qué era el tiempo, solo sabía que llevaba varios
días sin ver a su padre.
Era abril y durante
un recreo no supo qué contestar a Juliette, ¿tienes
otra madre?
Un domingo supo
que papá está trabajando fuera de aquí, cosas
de la fábrica, de mayores.
Era mayo y
el primer fin de semana fueron a comer a un restaurante elegante, ¿no viene mamá? Y no sabía quién era la
señora que se quería hacer la simpática y tomaba a su padre del brazo y aquello
no era normal y a los postres, copa de helado con nata, su padre les contó una
historia que no entendió y John se marcho gritando y ella lloró sin saber muy
bien por qué y su padre tenía aquella mirada de flores marchitas y la señora le acarició el pelo y en el coche, al
regreso, se durmió y desde entonces todo fue diferente.
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