Barbarie.
Tras la guerra se desató la barbarie
TEREIXA CONSTENLA Madrid 4 NOV 2012
Un soldado enfoca la cámara. Su compañero, igualmente uniformado, se ha colocado entre dos mujeres. Con cada mano agarra los pechos femeninos como si fueran suyos. El marinero sonríe. Seguramente lo vive como uno de los buenos momentos de la guerra. Da igual que las dos napolitanas se presten a las vejaciones por hambre. El soldado se retrata inmune a cuestionamientos morales. En La piel, Curzio Malaparteno incluyó fotos como la anterior pero transmitió sin sutilezas la extinción de la ética que acompañó la entrada de las tropas aliadas en Italia: las mujeres eran la mejor mercancía que tenía la población civil local para acceder a productos inexistentes.
En Continente salvaje (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), el historiador Keith Lowe lo plasma también sin finuras: “No todos los hombres a quienes los americanos denominan ahora la Gran Generación fueron los héroes abnegados que se representan a menudo: un porcentaje de ellos también eran ladrones, saqueadores y maltratadores de la peor especie. Cientos de miles de soldados aliados, sobre todo los del Ejército Rojo, eran también violadores en serie”.
Después de una guerra, lo que unos quieren olvidar es justamente lo que otros querrían recordar. Tras la hecatombe de vidas y morales arruinadas durante la Segunda Guerra Mundial, también los países eligieron qué rememorar y qué sepultar en amnesia. Keith Lowe (Londres, 1970) ha decidido plasmarlo todo, sin mitos ni trabas, en un estremecedor ensayo que indaga en los horrores que comenzaron el día después. Solo algunos concluyeron el 8 de mayo de 1945. “La historia de Europa en el periodo de inmediata posguerra no es una de reconstrucción y rehabilitación, es en primer lugar una historia de la caída en la anarquía”, avisa en la introducción.
No hay ley ni orden: no hay policías ni jueces. No hay bancos, ni puentes, ni trenes, ni escuelas, ni bibliotecas, ni tiendas, ni fábricas, ni correos, ni teléfonos. No hay sentido del bien ni del mal. “Hombres armados deambulan por las calles”, describe Lowe, “cogiendo lo que quieren y amenazando a cualquiera que se interponga en su camino. Mujeres de todas las clases y edades se prostituyen a cambio de comida y protección. No hay vergüenza. No hay moralidad. Solo la supervivencia”. Y la venganza.
Hace seis años Lowe, que ya había impactado con su obra Infernosobre la destrucción de Hamburgo en 1943, decidió investigar sobre aquellos días oscuros en los que Europa retornó a lo peor de la Edad Media. En contraste con la sobreabundancia de investigaciones sobre lo ocurrido entre 1940 y 1945, salvo algunos autores (Tony Judt) y algunas obras sobre países concretos, apenas existen libros que detallen qué ocurrió en el continente cuando cesaron bombardeos y disparos. “Se pasaba de 1945 al Plan Marshall, los juicios de Nuremberg y a la guerra fría”, explica Lowe durante una entrevista en Madrid.
Lo que más sorprendió al historiador fue “la amplitud de la colaboración entre los invadidos y los soldados alemanes. Es algo que todos los países quieren olvidar”. Lowe da algunos ejemplos: el 10% de las noruegas de entre 18 y 30 años tenía un novio alemán y el 51% de las danesas consideraban a los soldados germanos más atractivos que a sus compatriotas. Indagar con rigor en el pasado es el camino más directo para desmontar falsedades. “Todos los países crearon mitos porque necesitaban sentirse bien: toda Francia estuvo en la Resistencia y Gran Bretaña se vio como la salvadora de Europa y la democracia. Y sin embargo ocurrieron cosas terribles”.
Limpiezas étnicas, desplazamientos forzosos de masas, hambruna (The New York Times Magazine tituló un artículo Europa: el nuevo continente negro el 18 de marzo de 1945), esclavitud laboral, guerras civiles. Las violaciones alcanzaron cifras dantescas: las alemanas expiaron las atrocidades del régimen nazi como si ellas hubieran tomado las decisiones. Solo en Berlín fueron violadas 110.000 mujeres. Por Alemania se dispararon los abortos clandestinos y los nacimientos de niños con “forzoso” padre extranjero (casi 200.000).
Tras la rendición alemana que significó el fin formal de la guerra, Europa siguió sometida a los coletazos del conflicto más sangriento de la Historia: murieron entre 35 y 40 millones de personas, ¡como si hubiera desaparecido toda la población de España en 1991! En Grecia, Yugoslavia y Polonia prosiguieron los estragos varios años. Lowe cita como último episodio la liberación de los países bálticos de la dominación soviética en los noventa y la guerra yugoslava, que germinó sobre la sangría y los símbolos de los cuarenta.
El caos, la violencia y el odio camparon del este al oeste y del norte al sur. El historiador británico sostiene que semejantes elementos explican el éxito del comunismo y el auge de los nacionalismos para limpiar de minorías sus territorios. Ante este retrato desolador de lo que llegaría a ser el continente más admirado en décadas posteriores, Keith Lowe introduce algo de optimismo: “Europa ha hecho las cosas bien para refrenar lo que venía del pasado. La Unión Europea ha sido el antídoto contra los nacionalismos. Aunque la integración no es un proceso perfecto, mejora la situación”.
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