viernes, 30 de noviembre de 2007

La finitud de Charles Robert Darwin.

Praga está un poco sombría. No ha llegado ninguna carta. El corazón está un poco oprimido. Es imposible que llegue una carta ya, pero cómo explicárselo al corazón. (Kafka)


Cordura, el cronómetro se ha puesto en marcha, class, demencia, esa noche K se duerme serio y despierta convertido en un playmobil, la sonrisa pintada, un personaje que mueve brazos y piernas, no más, un muñeco de plástico en el fondo de una caja amarilla de juguetes en el altillo del armario de la niña que ahora clava agujas de hacer calceta en el cojín bordado a punto de cruz con una cara que tiene un aire al adusto rostro del adulto que se reflejó un instante en el espejo -pufff, respirar y F3- no el de ahora, no, Homer inconsciente comiendo donuts, aparcando su coche junto a la boca de riego, torpe hombre que ríe mientras bracea en un río de aguas verdes con sirenas que se inventa -pobrecito, si las viera, con las escamosas colas como espadas- géiser del último día de noviembre, fragor de enanos en fábricas subcutáneas de dolor de cabeza, martillos en las sienes, bichos parasitarios mordisqueando las terminaciones nerviosas, amigándose con virus y espías en mi ordenador tomado en el último asalto y el puma plus nos mira amenazador, un ápice faltó, un casi nada y el amor era esto, Schönberg y la belleza insoportable del anhelo llenando cada hueco del alma, un yo que era nosotros hasta el Ctrl.+Alt+Sup, todo se detiene, dream, dream, sueña conmigo, reina blanca, el despertador se ha descompuesto, F1, ayuda. Ya es viernes. ¿O no?


Y del confín
del sexo llegan viejas demandas.
Contra lo oscuro fracasa el yo.

(Rilke)


Además, ayer alcancé el no va más de visitas.
Gracias a todos.


jueves, 29 de noviembre de 2007

Una faccia qualsiasi.


FESTIVIDAD DEL DULCÍSIMO NOMBRE.

Yo te elegía nombres en mi devocionario.
No tuve otro maestro.
Sus páginas inmersas en tan terrible amor
acuciaban mi sed. Se abrían, dulcemente,
insólitos caminos en mi sangre
-obediente hasta entonces- extraviándola,
perturbando la blancura espectral
de mis sienes de niña cuando de los versículos,
las más bellas palabras, asentándose iban
en mi inocente lengua.

Mis primeras caricias fueron verbos,
mi amor sólo nombrarte
y el dolor una piedra preciosa
en el tierno clavel de tu costado herido.
Flotaba mi mirada en el menstruo continuo
del incensario ardiente y mis pulsos,
repitiendo incesantes arrobada noticia,
hasta el vitral translúcido, se elevaban.
La luz estremecíase con tu nombre,
como un corazón era saltando entre los nardos
y el misal fatigado de mis manos cayendo,
estampas vegetales desprendía
cual nacaradas fundas de lunarias.
Párvulas lentejuelas entre el tul,
refulgiendo, desde el comulgatorio
señalaban mi alivio.
Y anulada, enamorada yo
entreabría mi boca, mientras mi cuerpo todo
Tu cuerpo recibía

(Ana Rosetti)



Ya, cierto, esto es el Regreso, déjame celebrar contigo que estamos vivos.
No hay mañana, pero hoy, hoy, bajo una llamarada de estorninos escribo para no pensar, para no saber, para contradecirme, para concretar aquello que desborda mi capacidad, para buscar como en un juego los elementos que componen el todo, analizando lo que está al otro lado, lo que queda al descubierto tras la bajamar, esas piedras oscuras que apenas tienen tiempo de secarse, los pequeños peces de la duda sobreviviendo en el agua estancada en los agujeros de las rocas, negros mastines que ladran cuando paso frente al número siete, ángeles a caballo, gatos dormidos en las esquinas de este noviembre, mes de transición, sin luz, diciembre al acecho, vociferando, esparciendo quejidos y rumores por el largo año que viene, ahí, vestido de quién sabe y preguntas, aumenta el índice de separaciones matrimoniales, las clínicas mentales están llenas y han cerrado las playas por los delfines muertos, aún tengo el polvo del camino en las botas sobre la repisa del recuerdo, escojo la corbata para el martes, detrás de los cipreses de las próximas vacaciones navideñas escribo para ti ¿sabes?


El hombre quiere hablar, por muy imperfecto que sea, de aquello que en él es algo más que humano. (Ernst Jünger)


miércoles, 28 de noviembre de 2007

Rutina.

Que te acostumbras. Es lo que tiene. Bueno o malo -¿quién determina la bondad?- pero constante. Y la rutina engancha. No es premeditado, no, es una necesidad. Me refiero a la mía. Me refiero al hambre de decir, de contar, sobre todo de sentir. Un día, otro, como complemento a necesidades de intendencia, más aburridas, más prácticas, más tangibles. No sé si es tangible la felicidad. O el amor. ¿Puede tocarse el amor?, ¿y el sentido de la vida? Un día lo pierdes y sí, entonces sabes que la piel está expuesta a la inclemencia, al desamparo de no entender, del vacío, del frío de la nada. Junto aquí palabras, nada más. A veces, alguien las lee, las interpreta o las siente. A veces alguien me las devuelve tan enriquecidas que dejar una respuesta es una necesidad vital, un impulso de caricia, una mirada más allá de lo que puedo ver.


Las piernas. Que no salto. Al menos no tanto como antes. No como Fosbury que ese sí que saltaba. Sin embargo salto. A veces de espaldas, de bastante altura, con doble tirabuzón. Y caigo de pie. Sin pasos laterales. Es el entrenamiento. Algo de arte habrá, también. Que no hay que quitarse méritos. Ni réditos. Que el que guarda, haya. Pero prefiero hablar de ahora. No hay más. Tenía, hacía, fui, cuando yo era, hace ya, entonces, ayer. ¡No! Antes es antes, o sea nunca. El ahora también es fugaz. Por eso hay que aprovecharlo. No hay segundas oportunidades. Los y si hubiera hecho esto pasa sólo en las películas. No lo hiciste y te callas. Lo peor es que no abren ventanillas de reclamaciones. Y si las hay los funcionarios son sordos. O no venden billetes de regreso. Vuelva usted mañana. O no vuelva. Por lo de las carreteras. El hielo. Falta menos de un mes para Navidad. Pero en un mes se pueden hacer muchas cosas. Por ejemplo saltar. Antes sí que saltaba. (Me contradigo, muy bien, me contradigo. Soy amplio, etc. Lo de Walt Withman)

O lo del amor.
Estoy enamorada- me dice Eva.
Qué alegría, preséntamelo- le digo.
Es feo –me dice.
Vaya amor de las narices- pienso.

Que te enamoras y te quedas ciego, que no ves, que todo es bello, que la mirada interior anula el resto, la realidad, que ella era la mujer más bella del mundo, que la veía desnuda sobre la cama y lloraba de felicidad, que la acariciaba y me crecían orquídeas en los dedos, que besaba su cuello y mis labios formaban un horizonte sin límites, que se juntaban nuestros cuerpos y el mundo era un paraíso de emociones en el que vibraba cada átomo de mi ser, que nunca he sentido así, que la emoción era tanta que anulaba la realidad y entraba en otra realidad donde el calor nos elevaba hasta el cielo, nosotros éramos el cielo. Etc.

¿Sigues enamorado?- me pregunta.
No lo recuerdo –contesto.
¿Era bella? –insiste, curiosa.
Es fea –le digo.
Vaya enamoramientos tiene este –piensa Eva.

Pues eso, que intento no repetirme pero. No repaso. La verdad es que me he implantado dos Gigas de memoria en la nuca. Ni por esas. Así y todo. ¿A vosotros no os ocurre? Tengo un libro de reclamaciones. Nada por aquí, nada por allá. Es difícil. Ella (una ella) (ella) criticaba todos mis escritos. Era un problema. De autoestima. De la mía. Que pensaba que escribía todo mal. Que le dejaba el corazón encima de un plato de plata y me decía que me había comido una coma, que me pasaba toda la noche planchando el alma y me decía que tenía arrugados los acentos. Hasta que determiné que el problema era de ella (ella), de su gusto, o su disgusto, que no, que escribo como sé. Incluso vivo como sé. A veces como puedo. No me digas nada, ya sé que a ti también te ocurre.
Bien, también lo sé, lo suyo sería poner la página solo con los escritos, sin fotos ni música. Esto me parece una concesión, prostitución, vender mi cuerpo literario. ¿Y qué?, hago experimentos, dejo el fondo blanco, negro, cambio las músicas, los colores, robo fotografías como un ratero sin antifaz, silbo. Tocan a la puerta, debo parar. ¡Voy!.


(Pueden tomar números en ese aparatillo de la esquina inferior izquierda.)
(Como en las charcuterías).

(Os aprecio)
(Quiero que lo sepáis)




martes, 27 de noviembre de 2007

Carrusel en una oreja atrofiada.


Al terminar el almuerzo, los alegres gimnastas bajo el chapuzón habían también desaparecido. Como si hubiesen retirado las planchas metálicas, el coro de los bañistas onduló al soplar su caramillo cerca de la caseta de los coperos; avanzaron hacia un punto como si fueran a transmitirse un secreto cambio de guardias, y desaparecieron en el humillo del café que venía a terminar el acecho de un gato color de pólvora, agigantado, levemente monstruoso, como los que aparecen en las pesadillas de los generales de los cien días, con su piel muy estirada, terminada en innumerables tubillos como mamas incipientes, paseándose arrastrado a lo largo del refectorio, como la sombra silbante que surge del mar y desaparece deglutida por el genio dilatador de la ceiba.(Lezama Lima)



Una mujer está fumando asomada a la ventana. Tiene un ojo en el centro de la frente. La miro sin disimulo desde la calle. Ella se da cuenta y entra en su casa después de dejar una bocanada de humo violeta expandiéndose sobre los ruidos amortiguados del ocaso. También deja una sonrisa. Camino sobre las baldosas procurando no pisar las rayas.

Un hombre de color (¿de qué color?) me grita desde un balcón. No le entiendo. Tiene la cara desencajada y mueve los brazos. Me acerco y él hace señas para que me aleje. Por fin en correcto alemán me explica que se ha desprendido una cornisa y que no pase por debajo- por si acaso, dice, en castellano-. Deplorando mi desconocimiento de las lenguas y reafirmando mi aguda vista cruzo la calle y camino sobre las baldosas procurando pisar las rayas.

Un niño está jugando con una pelota de colores, ensimismado, ríe y grita y corre, llama a compañeros inventados, se tira al suelo, chuta contra una pared y salta celebrando un gol imaginario. Paso a su lado, sonrío e intento hacerle un pase de futbolista avezado, el niño me mira, serio, mira a su madre que está sentada en un banco del parque, vuelve a mirarme, da un patada a la pelota y sigue con su juego de equipo invisible. No hay baldosas en el parque y me voy saltando como un canguro. Nadie me presta atención.

Un estúpido –obviamente, yo- está caminando por las calles, medita, piensa, observa que las aceras están pintadas, los coches son de plástico y hay un alboroto inútil en su (mi) cabeza. Las casas están huecas. Hay silencio. No vuelan gorriones, ni palomas, ni aeroplanos bajo los tendidos eléctricos. Es como caminar por una maqueta de ciudad y yo -el estúpido- soy un rígido muñeco de plomo, antiguo, pasado de moda. Las bailarinas, incansables, siguen girando sobre las puntas de sus pies de madera. Me entra la risa, incontenible, me río sin parar y enciendo otro cigarro con tabaco verde. Los agujeros quieren morderme, debo realizar todo tipo de maniobras para evitarlo. Se levanta un fuerte viento y un quiosco de música conteniendo a toda una orquesta, timbales incluidos, cae sobre mi, inmovilizándome, pienso en como librarme del director que es un pelmazo que aprovecha la situación para contarme al oído su vida sentimental ahora que no puedo huir, por fortuna un barrendero rezagado se lo lleva junto a las hojas secas y una regadera olvidada por un barbudo exiliado ruso. A lo lejos se escucha una fuerte explosión y el cuadro se desgarra por un extremo (el inferior derecho en concreto), por ahí destila y gotea el óleo que contiene a todos personajes pintados, los objetos, el cielo, el mar, una estrella. Quiero sujetarme al bastidor, inútil empeño, caigo en una brillante gota roja que gira y se estrella sobre el linóleo formando a su vez una impresionante mancha de colores superpuestos y ya va siendo hora de despertar. Buenos días.



lunes, 26 de noviembre de 2007

Walt Whitman.


¿Me contradigo?
Muy bien, me contradigo
(soy inmenso, contengo multitudes).

Me reúno con los que están cerca de mí, los espero
en la puerta.

¿Quién ha terminado su trabajo del día? ¿Quién
terminará más rápido su cena?
¿Quién desea caminar conmigo?
¿Hablarás antes de que me vaya? ¿Lo harás cuando
sea demasiado tarde?

Walt Whitman (11. Song of Myself)



(Re) Comenzamos.
Escribo para que me leas.
Dejo este principio en amarillo veneciano, brillando en cualquier lugar del lienzo desnudo.
Después tenderá al azul, tú sabes.

Parto (partimos) en busca de lo inesperado, de lo que aún no. No será fácil –puedes irte cuando lo desees- estoy harto de esta escritura que parece escritura, de lo que conocemos y nos da seguridad, afecto, panes, intento de arte en los márgenes, apuntes a pie de página, emociones que flotan como hilos escapando del queso abstracto del blog bajo el agua, glup (2.0).

Todo será como no entonces: dentro de una caja un poeta dormido sobre hierba diminuta, con zorzales de lluvia y frío, con el sueño de una mujer delgada en un pedestal, rezando sin rezar, con la mano extendida sin esperar monedas, ella, una mujer delgada y seria que me hace transpirar cuchillos de deseo.

Pero de momento no, soy un hombre desencantado, escéptico, insatisfecho.
Y ejerzo.

En alguna parte está el sentido de la vida, subo al pescante del vehículo pesado que rompe los espejos. No consigo terminar con los ecos, con los reflejos, clave del vidrio, símbolo del misterio de la muerte, es decir, el círculo, no principio, no final, es decir, lo inesperado.


domingo, 25 de noviembre de 2007

Destierro en Roma







Para Isabel Barceló.

Tranvías romanos cruzan mi cabeza a toda velocidad, del Trastévere a la vía Apia, de la primavera de glicinas sobre las paredes ligustres a la rutina de vivir añorando un paisaje de góndolas que cabecean en una tormenta que no amaina, da igual que los aviones nos lleven o nos traigan, que ella salte continentes, que Barcelona sea una isla desierta por siete horas, que no reconozca mis palabras anteriores, me he perdido, deberé inventar un mañana pero continuamente meto los dedos en la herida para que no cure, golpeo una y otra vez mi cabeza contra el burladero y aún así miro y remiro alrededor y dentro, como un alelado visitante de iglesias, como un compulsivo devorador de peces, desterrado, detrás de las murallas, desde ahí me tiran piedras, no te acerques, vete, la vida se fue por un lado y lo imposible por otro, triste, ya todo es triste, lo fue la despedida, la vuelta sin una nota sobre el escritorio, sin una sola palabra de bienvenida, el silencio enseñoreándose de los días hasta el regreso del Cuzco, la metáfora delirante, con jet lag y quién sabe qué humor y he aquí que hube de recurrir a la química para salir de la habitación sin ventanas y al menos ya no lloro pero por las paredes desfilan sombras de cuando el vaporetto a Murano dejaba estelas de sus ojos abiertos entre la espuma, de cuando les contaba a los mármoles del Coliseo que ella no estaba, del gladiador airado que puso una espada de tristeza en mi cuello, del desatino de seguir crucificado cabeza abajo a un imposible, clavado y bien clavado a tantos días de pasión ¿quo vadis? mártires pusilánimes cantando antes del sacrificio, sacerdotes negros bendiciendo a diestro y siniestro, giran las espadas de los tribunos en molinetes con silbidos amenazadores, el Papa de Roma con casulla roja bendiciéndonos, vuelan pájaros de colores sobre la Toscana, taxistas ciento por ciento del Lazio, camareros sonrientes con jeroglíficos en su mano extendida, tranvías arrollando a ancianos peatones distraídos, enanos de jardín tomando fotografías a columnas jónicas, ciegos tropezando entre las ruinas milenarias, sordos escuchando labios, cojos japoneses saltando sobre los reclinatorios de capillas oscuras en el Vaticano, bancos cerrados, ferreterías abiertas con tijeras abiertas, con martillos para golpear campanas, cintas métricas, tornillos en el mercado de Porta Portese, sierras para atacar la viga maestra que aún sostiene el retablo apasionado de Santa Croce in Gerusalemne donde dejo estas flores que no se marchitan porque el espejo es benévolo y miente y no me ve por dentro y paraguas amarillos, loros tartamudos y hienas ebrias en la plaza Navona, teléfonos sepultados, cantantes callejeros que se acompañan con órganos desafinados, con campanillas de bronce, senegaleses vendiendo bolsos de Gucci, cocineros florentinos amantes del jazz, mujeres rubias de piel negra con peinados atrevidos y así, siempre, la huella de su cabeza en la almohada de un hotel madrileño, su sombra en la playa larga, sus caderas sobre el diván, su voz en el contestador, su olor en mis dedos, su cuerpo y el mío sudorosos en un solo cuerpo, nuestros corazones atados con ásperas cuerdas, gotas de dolor que caen como cera de las velas que enciendo para iluminar este absurdo lamento repetido y no, basta, debo conservar esta alegría trepándome, de pronto, porque luce el sol, porque es miércoles, o sábado, o puedo correr tan lejos que no recuerde de donde partí, puedo revolcarme por jardines con mi mejor camisa de seda, puedo saltar desde la copa de un árbol con los brazos abiertos y caer de pie en un harén, puedo gritar que estoy vivo y quiero ser feliz, puedo desnudarme otra vez y enseñar las cicatrices, esta fue de un toro negro, esta de una niña pelirroja, esta de una espada de celos, esta de una mujer tan mayor que podría ser mi madre y sin embargo, aún desterrado, suspiro por cada uno de los rincones de su mente, de su cuerpo delgado y tierno, de su corazón que una vez me quiso como una adolescente. Y así. Sigo en Roma.


sábado, 24 de noviembre de 2007

Emocionante.


El 22 de Noviembre es Santa Cecilia, la patrona de la música (Wikipedia lo explica muy bien).


Mi amigo Fermín Rotaetxe me invitó la noche del jueves a una cena en honor de la santa organizada por unos cuantos entusiastas músicos.
Fermín está enfrascado ahora en su página Bilborama, una antología de la edad de oro del rock en Bilbao. Una joya, le está quedando muy bien.

La cena. Me fui al hotel Indautxu con mi mejor ánimo a pesar de la fuerte lluvia que hacia fuera y de, en principio, no conocer a nadie dentro.
Incierto. Nada más llegar empecé a saludar a viejos y jóvenes rockeros, una entusiasta reunión de cantantes , baterías, guitarristas, teclistas, un saxofonista, managers, aficionados varios, locutores de radio, un escritor de la historia del rock en Bilbao, presentadores de televisión, antiguos fans convertidos en trajeados señores, go-gos reconvertidas en damas estupendas, historiadores del tema, despistados políticos que se apuntan a todas, un cronista de la Villa, la abuela de un flautista, Tontxu.

Después de un vino de recepción, canciones de entonces, vídeos de ahora, la televisión filmando, una exposición de portadas de singles, recortes de periódico, fotografías, carteles promocionales, carteles sin más, autógrafos de Miguel Ríos, grabaciones históricas, muchos abrazos, cuando tocamos en, la rubia aquella en Mallorca, recuerdas cuando, esas cosas.

Fotografía del grupo de asistentes, como debe ser – avisarme si sale en algún periódico- y pasamos al comedor, bien decorado, mesa de ocho. Me senté al lado del escenario, junto al escritor que sabía todo y el pianista de Quinta Reserva, el cantante a la derecha, el batería, una señora que no hablaba, su esposo que sí y otro. Me sentí tan a gusto, charlando de esto y aquello que no sé si cenamos bien o mal, no importaba, aunque si recuerdo que el vino era bueno. Y los cuba libres.

A lo largo de la noche encontré, me reencontré y me abracé con tantos amigos que el corazón se me fue ensanchando. Repasamos muchas anécdotas, historias, recuerdos, canciones, la noche fue pasando de forma mágica. Llegó el momento de las actuaciones y allí fueron saliendo los artistas -omito los nombres- fue emocionante, muy. Ver ahí, tan cerca, a esos que has visto en un escenario, comprobar que algunos están muy perjudicados, cerciorarte –una vez más- que la vida sigue, que va muy rápida, que cabalga sobre nuestras propias retenciones –es igual, no se para- es un ejercicio de humildad, de adecuar filosofías, de agarrarte al momento y disfrutarlo. Así lo hicimos, coreamos, dimos palmas, cantamos, volvimos a abrazarnos y cuando la noche avisaba que ya casi no lo era y que al día siguiente, en nada, era viernes y había que trabajar me fui a casa, caminando, feliz, sintiéndome lleno de emociones, tan sensibilizado que apenas tocaba el suelo, contento por haber disfrutado de una noche mágica, emocionante dije, sí, emocionante.

Me dejo mucho que contar pero me duermo.
Mañana más.
Buenas noches.

Ah, Fermín, muchas gracias.


viernes, 23 de noviembre de 2007

¿Tem você um minuto?

Me encanta recordarme. Ser varias
entre otras. Repartir osadías
en noches oscuras. Saber que
la continuidad no es un rito.

(Concha García)


Te lo dije: escribir no es vivir.
Añado ahora que mientras escribes no vives.
Fuera, un ladrido, luego otro.

El otoño ondula aún con palabras sin traducción y entre las mañanas de cielos azules y anocheceres Oehlen busco el significado de eso que aún no he escrito.
En el intermedio, vivo; de madrugada, amo.

No hay calendario en la pared, salgo a los días marcados por voluntarias y dulces rutinas a encontrar respuestas desde las últimas experiencias, la necesidad de la risa y los silencios de mi psiquiatra

Salgo.

Mala cosa esta de hablar de escribir...y no escribir.




El silencio sería terrible si ni tuviéramos las palabras.

(Emilio Lledó)


jueves, 22 de noviembre de 2007

El sexo del amo. El erotismo desde Lacan

¿Acaso el amo tiene un sexo? En el sentido de que posea uno, que usaría a su antojo, por cierto que no. Antes bien sería esclavo de él. ¿Y qué sexo? La respuesta puede sorprender, aún cuando está históricamente confirmada: no el flameante falo (llamado a su vez "amo de eros", lo que prueba que el amo no es su amo), sino el amo. "Soberano", en el latín, se dice superanus.

¿La sexualidad del amo está asentada encima, excepto por el hecho de que es un amo intocable, prohibido, por lo cual el amo carece de estabilidad, de esa habilidad que se le atribuye muy ilusoriamente y que todos - impulsados por los ideales modernos de autonomía, de libertad, de control de sí y del otro, de responsabilidad - creen poder asumir. ¿Siendo la muerte de Dios como amo el verdadero fin de la inmortalidad, la sexualidad moderna debería precipitarse con nuevos bríos en el dominio. Es trabajo perdido, subraya este libro que, siguiendo ciertas líneas desplegadas por Freud, Foucault, Lacan, aunque también por algunos trabajos gays y lesbianos, intenta decir las consecuencias de ese fracaso. "Sobre el sexo hay un secreto muy bien guardado: a la mayoría de la gente no le gusta". (El sexo del amo. El erotismo desde Lacan. Jean Allouch)


Me gustan estos sesudos estudios de los que entiendo poco.
Leo, releo y sigo en mi ignorancia sin límites.
Me gusta sobre todo por el desafío de lo que me resta por aprender.

Aún así me resulta interesante no saber, no entender, buscar y rebuscar entre los pliegues de esas voces traducidas con tanta buena intención como ausencia de rigor sonoro, estético, poético. Consecuencia del tiempo en que no, en el que me dediqué a otras actividades, menos cerebrales, menos del alma, había que comer, vulgaridad de las necesidades del cuerpo.

Nunca se me ha ocurrido que “a la mayoría de la gente no le gusta (el sexo)". Debe ser que es demasiado grande el contraste con lo que pienso y no me lo he planteado. Quizás que mis amistades -me refiero a las íntimas- tampoco han cumplido esa teoría. Tal vez sólo sea una cuestión de mala memoria.

Por supuesto hay en la vida otras actividades que me gustan más que el sexo, bastantes, puedo citar ahora mismo, de corrido, dos o tres, si me esfuerzo llegaría a cinco. Por ejemplo, me gusta mucho más…me gusta mucho más… un momento, me he perdido, el hilo, no sé de qué estábamos hablando, ah, que no hablábamos, que tú leías, vale, pues eso, lo de Jean Allouch. Compren el libro. O no.

Saludos.


miércoles, 21 de noviembre de 2007

Neurosis obsesiva.


...La neurosis obsesiva es una noción estructurante que puede expresarse aproximadamente así. ¿Qué es un obsesivo? En suma es un actor que desempeña su papel y cumple cierto número de actos como si estuviera muerto. El juego al que se entrega es una forma de ponerse a resguardo de la muerte. Se trata de un juego viviente que consiste en mostrarse invulnerable. Con este fin, se consagra a una dominación que condiciona todos sus contactos con los demás. Se le ve en una especie de exhibición con la que trata de mostrar hasta dónde puede llegar en ese ejercicio, que tiene todas las características de un. juego, incluyendo sus características ilusorias es decir, hasta dónde puede llegar con los demás, el otro con minúscula, que es sólo su alter ego, su propio doble. Su juego se desarrolla delante de un Otro que asiste al espectáculo. Él mismo es sólo un espectador, y en ello estriba la posibilidad misma del juego y del placer que obtiene. Sin embargo, no sabe qué lugar ocupa, esto es lo inconsciente que hay en él. Lo que hace, lo hace a título de coartada. Esto sí lo puede entrever. Se da perfecta cuenta de que el juego no se juega donde él está, y por eso casi nada de lo que ocurre tiene para él verdadera importancia, lo cual no significa que sepa desde dónde ve todo esto.(Lacan)


Reina mía, recibe ahora los susurros que circulan entre los cráteres de una luna herida. Abrázate a mí y entre los dos construiremos un mundo de gemidos y ternura donde no lleguen las olas negras ni los meteoros, donde ni siquiera el canto de los gallos portugueses disturbará nuestro ensueño lejos de diablos travestidos y gatos de porcelana. Comprueba mi pulso enérgico, saltemos de la mano al agujero no explorado de querernos, al abismo de besarnos sin medida. Amémonos con la avaricia del deshabitado, con la ternura del déspota, con la pasión de un recolector de fresas en Lepe, con la inexperiencia del preso de sí mismo, con el hambre del ciudadano que pide justicia a la puerta de un ministerio, con la trémula ansiedad de la primera vez (la verdad, ni me acuerdo).

No podrás vengarte de las mujeres que te precedieron en mi corazón. No tendrás tiempo. No podrás reunir sus destinos aventados a los cuatro puntos cardinales. No podrás plantar alfileres de cabeza colorada en los mapas de las tierras medias. No podrás explorar las selvas de pasiones hirviendo detrás de las cortinas de las casas de pacíficas abonadas a caridades diversas, de respetables señoras de misa diaria y pucheros. Déjalo, no aprietes el botón rojo del holocausto, no quieras girar el facistol donde monjes piadosos cantan gregoriano y mambo. Déjalo, sigamos vestidos de blanco, con la frente marcada por los hierros candentes de nuestro nombre girando ardiente en aires de ida y vuelta, en brisas que nos consuelen de tanto maullido, de tantos señores de corta estatura, vestidos de negro, avinagrados, señalando con el dedo la dirección donde empieza el vacío, donde terminan los sueños heridos por los otros, los que se fueron, los que no estuvieron en treinta años, los mismos años que se pasaron sentados en el sillón del comedor; fumaban y leían la prensa (poco más).

Tú y yo sabemos que todo esto es mentira pero a nadie más que a nosotros le importa. Además esas botas altas y el pantalón de cuero negro no me excitan, al contrario, las carcajadas me impiden centrarme en tus urgencias. No es mi edad, no lo creo, pero convendrás conmigo que el espejo nos devuelve una delatora imagen de pervertidos pasados de moda, de buscadores de placer trasnochados por calendarios apilados en la esquina de esta habitación llena de frío y viento y soledad acompañada.(ay, reina).


Este fuego casto para mi deseo,
esta confusión por anhelo de equilibrio,
este inocente dolor de pólvora en mis ojos
aliviará la angustia de otro corazón
devorado por las nebulosas.

(Lorca)


martes, 20 de noviembre de 2007

¿Me tomarás tal como soy?



...cin, cin, además es igual, es decir, si te quedas como si no, si te marchas, adiós, que no hay memoria, que no hay tiempo, que es igual dejes lo que dejes, orquídeas o cardos, nimbos o mentiras, el corazón envuelto en palabras, savia derramada, apresurada, herz, herz, no hay crítica, no hay más que espuma en un mar sin agua, rutina, costumbre del paisaje, un loco en el andamio, conmoción, un trompetista en un cuarto acolchado, oric-oric-é, batalla perdida, desilusión, vuelta de tuerca, ¿necesidad?, los desplantes en la plaza, las miradas al tendido, la montera en la mano, alberque a punto de vaciarse, los vigilantes en su ronda, las murallas derruidas, indiferencia de pájaros, acumulación de imágenes, oric-oric-ó, los amantes de la poesía sentados dentro del círculo, 75 sonidos contados uno a uno, en alguno acertaré, ¿tampoco?, cuando se está de no es no y tiro porque me toca, bro, bro, ¿will you take me as I am?, la experiencia y Joni Mitchell dicen que no, por eso no hay otra opción que caminar, el sendero está bien marcado, adap, adap, queda claro ¿no? ¡No!



Oh will you take me as l am?
Will you take me as l am?
Will you?

(Joni Mitchell)


lunes, 19 de noviembre de 2007

Tormenta de verano.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

(V. Aleixandre).

Una tormenta de verano desbarata la siesta en el jardín. Las arañas se refugian en los zarzales, las orugas de terciopelo corren por el tronco resinoso de los pinos y el viejo entra, lentamente, a la casa.
Al cesar el pequeño diluvio queda un silencio de tiempo detenido en aquel horizonte de nubes negras, los rosales están empapados de mágicas perlas de frescor.
El anciano mira su propio reflejo en el cristal y no reconoce aquella cara llena de arrugas, piensa que otro ha suplantado su anterior rostro vigoroso con los ojos brillantes de juventud.

.- Abuelo, es la hora de la pastilla.

Y se la toma, pero no reconoce a ese niño que le habla detrás de la niebla de sus párpados.
Sentado en un sillón, cruza los brazos sobre el pecho, como una virgen andaluza, entra en el éxtasis de los recuerdos, en el vértigo de aquella calle de Barcelona, con prostitutas en los portales y Rafaela esperándole en el hotel. Después se pasea por la ventana inundada del monótono canto de las cigarras y ella desnuda sobre la cama inmensa del parador de Carmona. Y aquellas noches huyendo como un prófugo de su casa a los brazos amorosos de Rafaela, a sus lágrimas dulces, a sus palabras de flores. Siempre termina en su playa de Cádiz, con Rafaela saltando entre las olas mientras él llama por teléfono a casa diciendo que está bien, que los negocios marchan, que regresará pronto.

.- Padre, ha cesado de llover. ¿Quiere volver al jardín?

Apoyado en el hombro de esa desconocida vuelve a pasear por la grava húmeda, entre los setos que se agigantan a su paso. Su caminar es torpe, vacilante. No sabe quiénes son estas solícitas enfermeras que le hablan con cariño, que le cuidan, ni esos pequeños que juegan a su alrededor. No sabe quién es él mismo. Su cabeza está vacía de otra cosa que no sea el recuerdo de una mujer morena de luna que le mira, bella, magnífica, sonriente desde un balcón de nubes.
Pero un ángel sobrevuela la casa junto al mar y percibe la angustiosa nada en esa cabeza antes repleta de tanta pasión, de vida, de amor. Decide hacer su buena acción del día y extiende su dedo índice sobre el anciano paseante. Una descarga de energía recorre el sistema nervioso del viejo, los músculos, el cerebro, una luz ilumina su entendimiento. Reconoce a su hija, a su lado, acariciándole la mano. Esos niños que gritan deben ser sus nietos. Levanta la mirada y ve a Cristina, su mujer, atareada detrás de los visillos. Es feliz. Un nuevo relámpago de fuerza le invade y se descorren las cortinas de una habitación, en la cama, bajo unas sábanas amarillas está una Rafaela demacrada, delgada, enferma, que sufre, tiende las manos implorando que no se vaya, que no le deje sola, que vuelva. Y le muerde la vergüenza de su marcha para siempre, sin mirar atrás, sin importarle tantos años, tantas noches de amor, tantas mentiras sobre una piel morena de luna.

.- Juan, ¿te ocurre algo?.

Y escucha a Cristina, como siempre atenta, protegiéndole, cuidándole. Los ojos se le llenan de lágrimas. Ahora sí, siente un tremendo dolor, un sollozo le rompe el corazón dentro del pecho. Cae de costado, muerto. Su mujer y su hija se inclinan sobre él y tratan reanimarle. En vano. Los niños, indiferentes, juegan a guerras entre los árboles.
El ángel se aleja volando, confundido, cada día entiende menos a los humanos. Y su silueta se confunde con las nubes de tormenta que se baten ya en retirada.


domingo, 18 de noviembre de 2007

La Caja de los Truenos.


El problema de abrir la Caja de los Truenos es que no puede cerrarse.
Permanece abierta de forma indefinida o hasta que un terremoto destruye el paisaje.
Nadie sabe que puede surgir de ella: milagro o catástrofe.
No intentes forzar su cerradura o perderla en una esquina, la Caja de los Truenos vuelve y perdura, se acomoda en el centro del salón y vigila, permanece.
Quise lanzarla a lo profundo y me la devolvió entre sus brazos velludos un habitante de lo oscuro.
Ignórala y te llamará con sonidos melodiosos, guárdala en un armario y te atraerá desde detrás del espejo.
Resiste, con los últimos fríos es posible que se adormezca, que se aletargue, que se diluya en la nieve.
Es
posible que no.

No me olvido, no puedo, lo tengo grabado en la piedra de mi frente. La memoria me funciona bien, de momento, y los riñones, pulmones, corazón, estómago, la risa, los músculos de la esperanza, los párpados guiñan correctamente el gesto cómplice, las manos atrapan al vuelo las palomas negras que odio - pájaro idiota-, las piernas me llevan y me traen ligeras pese a tanto camino recorrido, la cabeza la tengo despoblada por fuera, desierto puro, recargada por dentro, barroquismo extremo, con una idea fija: amor.
Creo que en algún momento me quedé fijo en un pensamiento concreto, monotemático, no quiero saber mucho, quiero sentir mucho, no quiero entender de nada, solo sentirlo en mi piel, corriendo por mi sangre un sentimiento de paz, caliente.

¿Quién dijo miedo? ¡eh!, despierta, ya he terminado. Creías que me olvidaba de este blog. No puedo. Solo es un problema de agenda, de tiempo, de falta de tiempo, libre, de mi corazón también estropeado. ¿En qué quedamos? El mismo de antes, de siempre. ¿Antes de cuando? Siempre ¿no es mucho?

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
envejecer, morir, era tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

(Poemas póstumos – Jaime Gil de Biedma)


sábado, 17 de noviembre de 2007

¿Qué te parece?

Ha llegado a mi buzón una carta que contenía un recorte de una revista cultural gallega con una fotografía y una entrevista.
En el sobre estaba escrita esta escueta pregunta. ¿Qué te parece?
Estas son mis respuestas amordazadas



Reacción A.
(No publicable)

Reacción B.

Un magnífico reportaje, con acertadas preguntas y muy interesantes respuestas.
La foto que lo acompaña refleja el entusiasmo de la entrevistada.

Reacción C.
(la que enviaré)

Ah, qué bueno, gracias por enviármelo. Muy bonita fotografía. Respira, has salido muy natural, muy bien. Eres muy fotogénica.
La entrevista es también muy buena, contestas de una forma ágil y amena, muy comprensible.
Te veo de maravilla, contenta. Me alegro.
Un beso.

Reacción D.

Como en un trabajo digno de Annie Leibovitz llega tu fotografía en esa revista cultural. Ocupa media página y es impactante, arrolladora, con tanta fuerza que se sale del papel, tan profunda, tan nítida que reflejan exactamente tu alma, tu esencia, tu vigor, tu creencia en lo que sabes, en lo que ignoras, en el espíritu de lo que buscas ahí, en el centro de la palabra, de las palabras, del ser, en el desarrollo sistemático de las normas sin normas, del estudio, de una vida dedicada a escuchar a otros, de proponer caminos, de caminar desde lo que no se ve pero está, de lo sale a la luz, lentamente o en una explosión de conocimiento, la revelación, la solución, el primer paso, el inicio de un largo camino, el borde desde donde saltar a uno mismo, la luz en el túnel, días y días, muchos años, una vida, tu vida reflejada en ese gesto, en esa sonrisa abierta, franca, sin miedo, alegría por estar ahí y hacer precisamente eso, trabajar en lo que te colma, lo que te define, que te da sentido, en lo que tú eres. Eres esa alegría por lo que haces.
Las respuestas al cuestionario no hacen sino complementar esa alegría, enriquecerla, dar la dimensión de lo formal, de lo que hay que decir, hacer, el trámite.
La entrevista es magnífica, tiene el impactante milagro de la fuerza de tu risa, de tu mirada

Reacción E.

¿Qué te parece? Detrás de esa pregunta, profesional, aséptica, contradictoria en su propia sencillez, como un reto, una espera -¿de qué?-, un invisible gesto de orgullo, sabes que están todas las respuestas, sabes que esta el mundo, el mío, lo íntimo, el goce, el dolor, la espera, la angustia, lo perdido, la insoportable añoranza, el lento tránsito hacia el imposible consuelo, el aprendizaje de cómo respirar, cómo volver a ser, cómo empezar de nuevo, cómo reinventar una vida. (¿Se puede llamar vida a estar sin ti?).

Me parece una herida abierta sobre otra herida, sin cerrar, que no he sabido cerrar. Me parece una cruel exhibición de alegría, de distancia, una imagen que me esclaviza, que me aprisiona, que sabes que miraré una y otra vez, que acariciaré en cada curva, que besaré el papel como un atribulado hombre aún enamorado, pendiente todavía de la limosna de tu voz, de un hueco al final de tu apretado calendario, de un trámite que cumples por no sé qué, ay, sufrimiento de la añoranza como una mala hierba en mi alma, como una condena que no puedo redimir, como una cadena que no me deja andar hacia otro lado.
Estás tan bella que has arrasado mi esperanza,
El amor es –también- una adicción. Y no lo sabía.



viernes, 16 de noviembre de 2007

Palabras en una flor de volframio.


Poblado estoy de muchas azoteas.
Sobre la mar se tienden las más blancas,
dispuestas a zarpar al sol, llevando
como velas las sábanas tendidas.
Otras dan a los campos, pero hay una
que solo da al amor, cara a los montes.
Y es la que siempre vuelve.
(Rafael Alberti)

Mi querida niña rubia, más de medio año después aún no nos hemos visto, aún no he regularizado el ritmo. Llevaré una magnolia y un sombrero blanco, estaré junto al reloj de la estación, esperándote, esperándome bajo un cielo gris impropio de Noviembre, entre los rascacielos de ladrillo y vidrio donde entran y salen las hormigas, ha pasado un avión de alas blancas, ha pasado un ángel serio, ha pasado tanto tiempo que ya no me queda nada en los recovecos del recuerdo, ni siquiera un poso de él, de aquel que fui, se me han llenado los ojos del barro del tiempo depositándose en el fondo de un nombre, de todos los nombres, han pasado después por tantas cabinas de lavados rápidos, por tantas duchas de olvido, se han roto los espejos de luz, la nieve, y ahora nos encontraremos tú y yo en el mercado de Chiclana, en el de Lagos, en la Ribera, nos encontraremos.

Más de medio año después este mundo blog se acurruca y tiembla como un animal asustado, insecto acosado por abejas, carramarro agitando sus pinzas en bailes de defensa, un estúpido rito de contar lo que no se puede contar, la señora de la almena no quiere leer, siempre un alguien inexistente, la utopía, no hay nadie así, qué demonios hago aquí inventando mis deseos, mis sueños, la frustración de no poder abrazar un cuerpo de nunca jamás, geisha que habla, indio comanche que se expresa con signos, la que besa los párpados, la que lava el alma en el confiado río que fluye desde la infancia, la que abre la puerta del sótano que me deja ante esta otra puerta de otro sótano que conduce a un agujero negro, negro y hace demasiado tiempo que perdí el manojo de llaves.

Mas de medio año después sigo aquí con caligrafía de baile de saltamontes, con ojos ávidos de ver nuevos paisajes bajo una lámpara de carburo, despedirme de los muros del puerto sentado en el pretil del muelle, subirme al coche y cruzar un país de norte a sur, me duelen los ojos, los oídos, quiero gritar y no tengo garganta, ni lengua, mis dientes muerden trozos de corazón, me falta pulso y tiempo, cuadernos de anillas donde juntar olores, pegar muérdago y ladridos, tumbarme sobre el agua haciendo el muerto, se me hunden las piernas y peces de sucio dorado mordisquean mis dedos, me voy a ir y no sé donde, me he ido y no sé cuando, quiero volver y no sé sobre qué tierra amarilla camino en círculos huyendo de pequeños remordimientos negros con lanzas de culpa, con flechas de arrepentimiento, con escudos de miedo, con una hoguera donde se quema la vida, ay, este humo me impide ver el otro lado del universo, allí donde se caen las estrellas y los dioses se juntan para dibujar las líneas de la carretera que lleva a ninguna parte.

Recuerda, niña rubia, llevaré una magnolia y un sombrero blanco.



jueves, 15 de noviembre de 2007

Epítome, otro.

No existe el silencio
porque todo es sonido.
Y estar a tu lado.
Aún sin hablar
es la música que prefiero.

(
Pablo Guerrero.)


Me van a perdonar la insistencia pero este es un espacio que quiere ser literario, que lo intenta, con pretensiones. Qué cosas, como cuando en 1811 pasó un cometa, el que vio la madre de Handersen. Aunque miro y miro, todavía no he visto el cometa, quizás es que miro demasiado al suelo. Cada uno tiene sus aficiones, Nerea está haciendo un curso de Windows Vista, Hipólito cocina casi como Arguiñano, a mi me gusta escribir. Es cierto que todos escribimos y que nadie nos lee, es cierto que al escribir comunicas, poco o mucho, que logras desde indiferencia hasta interés, desde silencio hasta comentarios de variado tipo.

Al empezar con esto de los blogs no contestaba a los comentarios, me daba corte. Creo que me repito. Creo que me repito. Creo que me repito. Ahora procuro contestar todos dentro de mi escaso tiempo libre. Algunos me sonrojan, algunos hacen que me replantee la afición y piense en dedicarme a otras actividades, mas...corpóreas, digamos. Son ideas. En cualquier caso, sin dejar de ser un hueco que tiene que ver con la literatura, que lo intenta desesperádamente, se está convirtiendo para mí en algo enriquecedor. Por supuesto influye la teoría de la felicidad del ahora, del instante.

Inventar un texto diario, con mejor o peor fortuna pero con perseverancia, me disciplina, me aporta constancia. Sobre todo me siento afortunado por la oportunidad de cambiar ideas, experiencias y confidencias con las personas que voy conociendo aquí, a las que leo, las que me cuentan sus emociones, sus vidas, sus sueños, sus miedos, las personas que nos confiamos en un estimulante ejercicio de amistad. Es una comunicación extraordinaria, difícil de conseguir en otros ámbitos. Libero con ello mi tendencia al estupor, mi natural escepticismo ante otra vida posible. Esto de los blogs es un magnífico invento.

Por cierto ¿tú has visto el cometa?


miércoles, 14 de noviembre de 2007

Pe `mmare nun ce stanno taverne.

Por el mar no hay tabernas y primero llegó el rumor de unos mercaderes holandeses, venían de lejos, llegarían de madrugada, sentado a horcajadas sobre las ramas del fresno junto al molino se veía la playa, las limpias olas del amanecer tornaban en espumas que acariciaban la suave pendiente interrumpida por caracolas y redondas piedras, las flacas piernas de un pescador ciego con la caña hundida en la arena, un perro siguiendo gaviotas, ladrando al aire, alborotando el discurso del centinela ebrio, erguido sobre una tarima de maderas trabadas con gruesas maromas y cintas de colores flotando en la brisa mientras aún no se divisaban embarcaciones negras, ningún navío se acercaba meciéndose en el miedo de los lugareños escondidos detrás de las dunas, aunque algunos reían, los más gemían, dos retozaban, indiferentes a lo desconocido, excitados quizás por los presentidos mástiles enhiestos meciéndose en erótico bamboleo, música de flautas, unos mozos peleaban a puñetazos entre insultos y gruñidos, alardes por una adolescente morena tumbada sobre el lomo de una vaca, parloteo de comadres, un niño pelaba nueces bajo una higuera y solo el gallardete rojo ondeando en el extremo de una pértiga destacaba en la escollera de la izquierda, justo donde en tiempos embarrancó aquella nave capitana cuya quilla rompía con delicadeza las aguas azules, con tanta suavidad que engañaba sobre las intenciones de los tripulantes, los lanceros a proa, los alabarderos inclinados en estribor, el capitán repartiendo aspavientos y estímulos, los remeros de distintas razas asustados, con las cadenas aprisionándolos a los banquillos, la barahúnda después del choque, los gritos pidiendo auxilio, puños al cielo, blasfemias, los cuerpos chocando contra las aristas de las rocas, cestas flotando, jarras rotas, odres esparciendo los aceites de Sudán, cabezas de cristianos desapareciendo bajo la espuma sucia, pellejos de vino de Aragón asomando, la brea salpicando las alas del albatros que volvía de mar adentro, desde donde se pierde el horizonte, allá, lo que no puede divisarse desde los cañaverales de las dunas, las proas mojadas, delanteras puntiagudas, en fila, armada alineada en alguna cala lejana, con las velas desplegadas, los guerreros separados de los marinos con sus camisolas blancas con bordes dorados, las armas a punto, lanzas, espadas, dagas con hojas afiladas, música de vihuela previas a las trompetas y tambores de lucha, los parches atronando antes de desembarcar, con bramidos, con la sangre detenida en las sienes, con el odio después del mejunje de alcohol malo y hierbas, hambre de galletas y tasajo, mareo de toboganes salados, el casco hundido después de las travesías con sirenas cantando y ballenas en lontananza, las historias de feroces antropófagos esperando, mentiras de capellán viejo, supersticiones cosidas al amparo de otras batallas, niños degollados, mujeres apresadas, sus flancos esperando el desahogo macho de días, el sexo escociendo entre las piernas, el botín, ancianos temblorosos recogiendo leña, avivando el fuego, el humo en los cabellos, aroma del buey asado después de la pelea, los escudos con marcas de flechas, con rasguños en el metal que no en la carne, no por esta vez, alivio de seguir vivos, los dueños de los viñedos no emplean hasta septiembre, ni los panaderos, no hay trabajo para los cardadores de ovejas, la familia tiene que comer, este oficio está bien pagado, la seguridad de la olla, continuar la aburrida vigilia en los puestos, el frío, el regidor exigiendo silencio, el director encaramado en la grúa, las cámaras a punto y al grito de ¡acción! continúa el rodaje de la película. ¡Malditos niños bonitos de la ciudad!



martes, 13 de noviembre de 2007

Fábula de la Radiactividad.

A fugitivas sombras doy abrazos;
en los sueños se cansa el alma mía;
paso luchando a solas noche y día
con un trasgo que traigo entre mis brazos.
( Quevedo)

Perdona, cielo, no me cuentes tu vida– el gato dedica a la mujer radiactiva una sonrisa cuadrada y se acoda en la barra del bar con una mueca de desprecio saltando entre los párpados. En ese momento, el gato no sabe si amar a una mujer es un desliz o sólo una equivocación, no sabe determinar si querer así, sin esperanza, es agotar el día antes de que haya amanecido.

Sale a pasear a un jardín de gardenias y caracoles de Celián. Se refugia bajo el alféizar ante una lluvia repentina de miradas como puñales. De su cerebro roto, rico, loco, fluye un líquido viscoso de certezas, de espejos delicados. El gato, sumergido todavía en un desayuno de cefalópodos, se pelea consigo mismo en una feroz pelea a puñetazos. Pierde -como siempre- y atraviesa una puerta, una ventana, una pared hasta aparecer en otro país de números equivocados, con altas chimeneas de hornos de incineración, con trinos cadenciosos de pájaros metálicos. Da una patada a los geranios cuando comprueba, con estupor, que se ha empachado de palabras en vez de sentimientos, de frases en vez de emociones. Y vuelve a su lugar de poetas suicidas y hormigas negras que suben y bajan por el árbol de la vida. Vacío.

Camina ensimismado hasta que tropieza con una atractiva ternura peregrina. Acaricia su espalda y los dedos separan los músculos, venas, la piel. Entretenido en estas sádicas prácticas, el gato no advierte que el tañido de las campanas anuncia el final de la tregua, del plazo. Pero, con todo, su hábito de cenicienta le hace volver a su estado habitual, al otro lado de la roja raya que separa la cuenta de resultados de su continuidad en la empresa. Se ajusta el nudo de la corbata, aprieta el portafolios contra el muslo, afila más las uñas y sonríe. En el lapso de tiempo entre dos guiños de semáforo-ya sabes, los hombrecillos de colores- intuye que el polvo blanco no era bicarbonato sódico pero ya es tarde, la acidez de estómago le estropea la mañana. Su silueta se pierde entre una selva de felinos abúlicos con traje gris.
Y sigue la fuga silenciosa.

Pero el yo, cualquiera que sea su edad, está sujeto a las consabidas leyes de la óptica. Por periféricos que seamos en la vida de otros, cada uno de nosotros es siempre un punto central alrededor del cual gira el mundo entero en radiante perspectiva.(Alison Lurie)


lunes, 12 de noviembre de 2007

Tapiz con flores y pájaros.

Nos ocultaba, nos defendía, nos aislaba de rumores y miradas. Era bello, tapiz de flores y pájaros, primoroso trabajo de pacientes tejedoras, horas sobre el telar de alto lizo, el aire se detenía en los dedos hábiles, solo la noche disolvía la música de lanas y colores.

Geranios en los balcones, gorriones, un gato rayado en el tejado, nunca llovía, al fondo la montaña oscura, paz de dos cuerpos desnudos. Ella miraba el patio desde la ventana en un juego de sonrisas y abanicos, miraba y el acordeón mecía el retiro, el paraíso escondido, nos protegíamos detrás de aquel tapiz.

Pasaban los días y crecían las risas, pasaban las caravanas, no había tregua en el amor. Entonces llegaron los censores, la rapiña en las voces de los amantes, los gritos subiendo desde la alameda, quemaron el tapiz de flores y pájaros, confusión de ya no y esperanza muerta, la huida por escaleras oscuras, final del idilio.

Toma 24. Lo fastidioso era la repetición, el director perfeccionista, las horas en aquellas absurdas posturas, volver a la misma frase una y otra vez, simular los abrazos hasta encontrar el gesto, la mirada. En fin, en el andamio estaba peor.

Hay una geografía de la mente.
Hay paisajes nocturnos, igual que hay territorios
en donde un sol dichoso se eterniza.

Hay países de sombra que regresan
en el maldito tren de largo recorrido
con parada en nosotros.

Hay un desierto de la inteligencia,
y he navegado océanos sin luz
al fondo de unos ojos
que no tenían fondo.

Carlos Marzal.


domingo, 11 de noviembre de 2007

Ejercicio visual.

Se trata de leer los dos siguientes textos en no más de treinta segundos y encontrar las diferencias entre ellos.
Aquellos que lo consigan recibirán un bonito recuerdo en su domicilio.



1

Los sábados era un estrecho compartimento en el tren de la mañana, el viaje incómodo, reservar la habitación de hotel, caminar todo el día de uno a otro lado mientras esperaba tu regreso después de cada sesión. Buscaba tiendas de música, exposiciones de pintura, los puestos de libros junto al río, las miradas de los transeúntes.
Salgo –decías-, y me apresuraba a buscar aquel portal con brillantes suelos de mármol y una portera desconfiada en la ventanilla. Tomábamos una cerveza en la pequeña cafetería frente a la catedral, paseábamos entre turistas desorientados, cenábamos. Volvíamos al hotel y te dormías al momento, agotada de tanto ajetreo intelectual. No me escuchabas pensar.

Utilizo el pasado en este presente en el que nos miramos a los ojos, levantan el vuelo las cigüeñas, se escucha al afilador y la pantalla espera la continuación.


2

Los sábados era un estrecho compartimento en el tren de la mañana, el viaje incómodo, reservar la habitación de hotel, caminar todo el día de uno a otro lado mientras, esperaba su regreso después de cada sesión. Buscaba tiendas de música, exposiciones de pintura, los puestos de libros junto al río, las miradas de los transeúntes, aburrido.
Salgo –decía-, y me apresuraba a buscar aquel portal con brillantes suelos de mármol y una portera desconfiada en la ventanilla. Tomábamos una cerveza en la pequeña cafetería frente a la catedral, paseábamos entre turistas desorientados, cenábamos.

A la noche nos acostábamos enlazados, sin saber qué ocurría en nuestras almas que empezaban a bostezar con disimulo debajo de la cama. Dormíamos entre sueños sin interpretación, un río derramado, el hombre acuclillado bajo la torre, la mujer oxidándose en un programa de ordenador. Después la cama se hizo grande y apenas nos tocábamos, las piernas desparramadas entre las sábanas, las manos no buscaban.

Utilizo el pasado en este presente que se me queda entre los dedos como tierra envenenada, levantan el vuelo las cigüeñas, no se escucha al afilador y la pantalla se ha quedado azul, parpadea el cursor.


Las Musas conceden inmortalidad. Una vez muerta, yacerás en la tierra y no habrá recuerdo tuyo ni añoranza ya más: no tienes parte de las rosas de Pieria, sino que ignorada también en la mansión de Hades errarás revoloteando entre las sombras de los muertos. (Safo)


sábado, 10 de noviembre de 2007

Oficina en llamas.

Al principio no me importaba a pesar de las frecuentes repeticiones. Era su punto de vista contra el mío y en el fondo podían tenerme cariño – la envidia, ese cariño inverso-. Luego se enfrentaron la dialéctica, los subterfugios, Julio entraba en temas que no y ahí te enredas, que tú, que yo, que el camino es largo, vete, que nos encontraremos. Esas cosas.
Después vinieron las complicaciones con las notas, anónimas aunque Luis, y aquellas llamadas imprevistas con risas y carraspeos. Fingía ignorarlos y dibujaba en la esquina de la mesa mientras silbaba ese tango tan lindo del Polaco Goyeneche. Incluso eso les molestaba y rodaban las plumas, alguna banqueta caía en el archivo y en delineación los tableros se agitaban con rítmicos tamborileos.

Cesé los silbidos, los suspiros, respiré menos, pero mis omisiones alimentaban aún más su oscuridad y el ataque se hizo directo. Se concretó en bolas de papel secante mojado que se estrellaban a mi alrededor. Luego tinteros, gomas de borrar, pisapapeles con formas diversas pusieron en juego mi agilidad. Aunque esquivaba, alguno me alcanzó, y porque tengo paciencia soporté las heridas con estoicismo. Hasta aquella tarde en que encontré a mi canario Clip degollado en el fondo de su jaula. Ahí rebasaron mi tolerancia. No lo soporté más. Rodeé mi mesa con sacos terreros, ochenta, y lo rematé con varios metros de alambre espinoso. La oficina presentaba un curioso aspecto, bélico decían los jefes, pero nadie puso objeciones, al contrario.

El ambiente se calmó y las mañanas discurrían plácidas entre el rasgueo de las plumillas y toses. Pensé que al no verme su odio perdería fuerza, se diluiría. Pasaron las semanas pero no. Aquel jueves llovía, por los cristales de las ventanas centrales se deslizaban las gotas de agua augurando un fin de semana sin playa, con televisión. No sé, quizás eso les excitó. Detrás de mi barrera protectora percibí un rumor de voces en complot, después nada, silencio. Me puse en guardia, el momento había llegado, venían a por mí. Sobre mi cabeza, a la derecha, aparecieron unos dedos, alguien quería sorprenderme, con rapidez clavé un bolígrafo y un compás en aquella mano exploradora que se retiró entre sangre y gritos.- No hay derecho- gritaba Luis mientras sus pantalones y sus piernas se desgarraban con el alambre mientras trepaba. Cuando vi su rostro desencajado fue una obligación calmarlo con un silletazo que le abrió la cabeza. La hostilidad crecía, mas oficinistas anónimos se sumaron al ataque. Las secretarias del segundo piso calentaban el aceite de las ensaladas del almuerzo y los ordenanzas acumulaban memorias atrasadas en una pira que prendió en las cortinas produciendo una humareda irrespirable. Esto me molestó bastante, no voy a negarlo, tantos años cuidando mi asma, lo sabían, lo hacían para molestarme. De no haber ocurrido esto no hubiera disparado mi revolver sobre un copista del negociado, ni sobre aquel oficial de segunda, rubio, que me vendía café y calcetines de nylon. Con los estampidos, las sirenas de las ambulancias que se llevaban los heridos y mis gritos de batalla llegó el Director General que debía estar en antecedentes. Entre nubes de pólvora, chillidos y lágrimas suspendió la refriega. También hizo retirar las armas, los muertos y los alambres con òrdenes muy estrictas y prohibiciones para lo sucesivo.

Ahora, el tiempo transcurre con aburrimiento, los planos en tres colores se amontonan y nadie discute de política económica. Óscar comparte conmigo sus bocadillos de jamón y lechuga. A menudo asisto a las conferencias de su partido y les regalo terciopelo para las pancartas. Todos sonreímos y parecemos felices pero, en realidad, añoramos aquellas mañanas de insultos y sobresaltos.


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