Puntos de medias.
Se
cogen puntos a las medias. Estaba escrito en un pequeño trozo de cartón sujeto
al ventanuco de un hueco bajo la escalera del 12, al lado de la carbonería.
Dentro,
una señora con gafas de gruesos cristales sentada en una banqueta alta se afanaba sobre una labor en
una media de nylon embutida en una especie de vaso invertido. A su espalda un
calendario con un san Pancracio sonriente era junto a la banqueta y un mínimo
tablero de madera donde estaba apoyada, el único mobiliario del exiguo
habitáculo.
Cuando
pasaba por delante del 12 me llamaba la atención su minucioso trabajo, sus
manos moviéndose a gran velocidad en contraste con el cuerpo rígido.
Todo
iba bien hasta que la descubrió Patxi.
Patxi
era el hijo de un camionero del barrio de arriba. Un chaval delgado, nervioso,
imprevisible, con una inusual capacidad para romper cristales, martirizar a
gatos, pellizcar a las niñas y estar en todas las barrabasadas imaginables.
Alguna
vez venía por nuestra calle, se arrimaba a la incipiente cuadrilla y nos
llenaba la vida de riesgo, de carreras ante los municipales, de peligros dentro
de una inocencia que perdíamos día a día.
Se
cogen puntos a las medias, el petardo explotó justo debajo del cartel, el
primero. El segundo lanzó al san Pancracio contra el techo. Patxi abrió la
puerta y lanzó un cubo de agua sobre la cabeza de la señora al borde de un
colapso por el susto. Todos corrimos.
Nadie
había visto nada. Durante una semana estuvo cerrado el negocio de las medias,
las señoras estuvieron con los puntos alborotados. Nosotros temblábamos cuando
sonaba el timbre de casa temiendo que los guardias vinieran a buscarnos.
Nuestras madres se sorprendían de vernos tanto tiempo en casa. Luego la vida
siguió.
Patxi
encauzó sus energías de diferentes maneras. Entró como bajista en un grupo que
imitaba a los Beatles. Siguió rompiendo cristales. Se casó con su primera novia
que tenía 16 años. Él tenía 18. Fue padre tres veces. Heredó el camión de su
padre. Trabajó duro. Se compró un camión nuevo. Ahora ha engordado, tiene una
flota de doce camiones y su nieto también rompe cristales.
La
señora de las medias murió hace ya muchos años.
Yo
soy un pan sin sal que cuenta cosas que pasaron en un tiempo en el que aún no
había nacido.
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