Arrebujado
Arrebujado en el amanecer desnudo, con
gavilanes heridos y cuadrículas de luz en el encinar, devastado como un
jilguero que entrega su canto mientras atraviesa el fuego y las letanías, las
alondras reverberan en el límite del bosque, resuenan cantos de taberna y aún con
los labios heridos recito:
“Corta
y triste es nuestra vida, y no hay remedio cuando llega el fin del hombre, ni
se sabe que nadie haya escapado del hades. Por acaso hemos venido a la
existencia, y después de esta vida seremos como si no hubiésemos sido: porque
humo es nuestro aliento, y el pensamiento una centella del latido de nuestro
corazón.
Extinguido este, el cuerpo se vuelve ceniza, y el espíritu se disipa como tenue aire. Nuestro nombre caerá en el olvido con el tiempo, y nadie tendrá memoria de nuestras obras, y pasará nuestra vida como rastro de nube, y se disipará como niebla herida por los rayos del sol que a su calor se desvanece. Pues el paso de una sombra es nuestra vida, y sin retorno es nuestro fin, porque se pone el sello y ya no hay quien salga.
Venid, pues, y gocemos de los bienes presentes, démonos prisa a disfrutar de todos en nuestra juventud. Hartémonos de ricos y generosos vinos, y no se nos escape ninguna flor primaveral. Coronémonos de rosas antes de que se marchiten, no haya prado que no huelle nuestra voluptuosidad. Ninguno de nosotros falte a nuestras orgías, quede por doquier rastro de nuestras liviandades, porque esta es nuestra porción y nuestra suerte.”
(Libro de la Sabiduría).
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