Venta a domicilio.
Antes
ella jamás había mirado por mi ventana
pero aquella tarde su cara era un fragmento de luz, lo perfecto, la belleza,
estoy seguro que nadie ha podido verla así, jamás, el rostro de una diosa, la
emperatriz, un ser de otro mundo, más allá de los límites de aquella cama y yo,
un demonio, impuro, terco, hábil quizás, aquella tarde, no otra, haciendo el
amor en su cabeza, antes, deleitando sus oídos con ternura aprendida en otras
camas, mintiendo con exactitud donde era preciso, un cirujano de emociones
cortando los músculos del miedo, un poeta que glosaba sus caderas, ella
ascendiendo sobre sí misma y el deseo, descubriéndose en las manos que
acariciaban su espalda, que empujaban su resistencia, la vencían, un instante,
sí, cuando fue esclava de su cuerpo, descontrolado en el goce, cuando soltó los
caballos, los gorriones, las liebres, desató la cordura, sus certezas, era
entonces y allí fuimos, cómplices, bien, engañándonos, no éramos pero sí,
mentimos diez te quiero, encendimos hogueras, quemamos bosques, barcos, nos
quemamos los muslos de deseo, mordimos el temblor, nos mordimos como perros,
los gritos apenas contenidos, los vecinos, mi carpeta, la corbata, creerán que
eres del seguro, dijo, sí, dije, a las tres vuelve Ángel, avisó, y ya no era, o
era, su cara era la suya, yo era yo mismo, después nos vestimos y eso fue todo.
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