Faisán de oro.
...el restaurante estaba
cerca de la Diputación. Su carta, sus menús eran un prodigio de creatividad, de
sugerencias, de tentaciones, de sabores, de olores. Acostumbrábamos ir en
nuestras celebraciones, la comida anual con la abuela, los aniversarios, los
san queremos, para impresionar a mi novia, para agasajar a un buen amigo. Nunca
nos defraudaba, siempre salíamos satisfechos, sorprendidos, ahítos de la buena
comida, del buen trato, con el paladar vibrando, encantados…
…lo mejor, la dueña,
Inés, la esposa del cocinero, atendía personalmente los salones. Era bella,
elegante, alta, con una voz melodiosa, una educación exquisita, unos modales
tan encantadores que te sentías afortunado por haber escogido su casa para
comer. Inés era majestuosa, cuando se dirigía a ti para recibirte, para
sugerirte algún plato, para tomar la comanda era como si una emperatriz
estuviera dignándose a tratar con mortales…
…ayer había quedado con
unos clientes para comer en un restaurante que acaban de inaugurar en Bilbao.
Llegaba tarde y apreté el paso. Esperando en un semáforo, al otro lado de la
calle vi a una anciana. Al cruzarnos la reconocí, Inés. Ay, el tiempo la había
acunado en demasía, era una mujer muy mayor que caminaba con cierta dificultad
ayudándose de un bastón, parecía que había encogido. Impresionado pasé de
largo. Los recuerdos me golpearon, aquellas comidas familiares, la alegría de
entonces, ayer, di la vuelta y la busqué. Miré a uno y otro lado, no la
encontraba, andaba lentamente no podía estar muy lejos. Salía de una panadería.
La abordé, me presenté, no me reconoció. Estoy ciega –dijo-. Vi sus ojos azules
sin brillo. Conservaba su elegancia, su belleza había cambiado, en su cuerpo
encorvado había dignidad, su voz seguía siendo melodiosa, me llené de ternura,
con cierto atrevimiento acaricié su brazo (me doy cuenta que últimamente
acaricio el brazo de las personas mayores, quiero transmitirles mi cariño).
Seguimos hablando, me agradeció que le hubiera reconocido, le dejé un atrevido beso en su mejilla y me
fui, turbado…
…los clientes estaban
esperándome en la barra del bar. Me disculpé por el retraso. Antes de sentarme
a la mesa fui a lavarme las manos. En el espejo había un viejo que me miraba,
también se estaba lavando las manos, últimamente le veo mucho ¿quién
será?
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