Un día cualquiera
En el principio.
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
(Blas de Otero)
Un día cualquiera antes de marchar, no sé si ya me he marchado. Escribo a ratos, como sé, como me sale, intentándolo en cada página, más allá de la posibilidad de que alguien lo lea o queden las palabras suspendidas en el silencio, cristalizadas, transparentes, sin sentido, humo, nada.
Un
día cualquiera preparando guisos, textos llenos de defectos, escuchando la imprevista
lluvia de julio en el tejado. Tomando a sorbos un ribeiro que me regalaron en Vigo.
Huelo la hierbabuena que me recuerda a mi abuela Lucía. Doy vueltas en una
caminata imaginaria por la muralla de Lugo. Me miento como necesidad. Añoro
amores imposibles. Miro en el espejo la cicatriz de mi espalda. Acaricio el
brazo de la mujer que amo. La calle está llena de corredores imaginarios que
esperan el 31 como una meta que no acaba de llegar.
Un
día cualquiera por sorpresa has entrado en la página y las palabras reviven, se
llenan de colores, se vuelven perlas que desbordan la cesta de la voz y rebotan
en la mesa, caen al suelo en hilos de oro, iluminan y poco importa lo que quise
decir, dice lo que lees y eso es tan nuevo, tan milagroso que me callo y dejo
seguir este día cualquiera.
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