Carta de elogio a mi locura. (1).
Te
quiero.
El drama de la vejez no consiste en ser
viejo, sino en haber sido joven. (Oscar Wilde).
Continuación.
O no. Esta carta me cuesta terminarla. Ofuscado en una idea la borro y la
escribo, la borro y la escribo. La primera parte no es amplia, no literaria, es
dolorosa, sincera, escrita lentamente, rebuscada entre sentimientos intensos,
cuando la releo no puedo reconocerme y sin embargo. La segunda parte es fácil,
tramposa, mal escrita, breve, a mi estilo, macerada en el invisible retiro de
emociones, quiere manipular la verdad, la mentira, la realidad. Esto es un
aviso, esto es un disfraz, un recurso barato, delirio de borracheras de peleón vino
blanco. Es una habitación interior con poeta dormido sobre una silla de montar
colgada del revés en un techo falso.
Aunque después de nuestra última (?) conversación telefónica, no sé si tiene sentido continuar dormido. Me despertaré en un paisaje diferente, real, lleno de zanahorias y estrellas en ríos, de espejos convexos, zorros sonrientes y personajes de dibujos animados. La luna roza los tejados y los gatos pardos viven en tu escalera, las vecinas murmuran, una tubería ha explotado llenando de gas púrpura las ramas del sauce. Operarios sombríos plantan linternas en tu jardín y los niños dibujan estructuras complejas de vigas maestras. De la plaza llega un sonido de música andaluza, de polen de estrellas, las golondrinas de Cádiz enloquecen antes de irse. Hay nuevas esquinas en las viejas esquinas y ya nadie espera a niñas de melena francesa y silencio. Los jóvenes son viejos y los niños son humo.
(sigue)
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