Francisco Brines.
Leo a Brines.
Después de poemas sin más, termina con esto que me nubla:
¿Victoria del pensar? Cuánta derrota.
Si no existe la muerte, ya no hay causa
que haga nacer el sueño de la vida
Nos miramos los dos, y no nos vemos.
Ignorante me llevas, y cansado.
Si no existe la muerte, ya no hay causa
que haga nacer el sueño de la vida
Nos miramos los dos, y no nos vemos.
Ignorante me llevas, y cansado.
Quiero escribir cosas que tengo escondidas en una caja que aún no he abierto, aquí debajo de un pulmón, al lado del corazón, o más abajo, justo donde salían los secretos que solo una vez he contado, si saberlos, sin que palomas o grullas levantaran el vuelo por el cazador inoportuno de la duda.
Estoy llegando al otro lado, paso a paso, no conozco estas paredes, ni las luces, aquel pueblo en la loma, camino despacio pero firme.
Quiero contar tantas cosas sin saber siquiera si me leen, si sólo miran estas letras de colores que se juntan y atropellan, que quieren patinar por el helado cauce de un literario río rutinario.
Estoy empachado de poesía, sean benévolos, no hay nada trágico, sin ser mentira nada es verdad, sólo quiero entretener con mis ingenuos trabajos cotidianos. Se me ocurren maldades ingeniosas y las borro, las aparto y conservo, las reciclo a veces, nada más, dejo aquí aquello que intenta ser bello, lo que llene los oídos incluso a quién no lee. Este día, para variar, incluyo este final, tan inquietante, es, también, de Brines.
Estoy llegando al otro lado, paso a paso, no conozco estas paredes, ni las luces, aquel pueblo en la loma, camino despacio pero firme.
Quiero contar tantas cosas sin saber siquiera si me leen, si sólo miran estas letras de colores que se juntan y atropellan, que quieren patinar por el helado cauce de un literario río rutinario.
Estoy empachado de poesía, sean benévolos, no hay nada trágico, sin ser mentira nada es verdad, sólo quiero entretener con mis ingenuos trabajos cotidianos. Se me ocurren maldades ingeniosas y las borro, las aparto y conservo, las reciclo a veces, nada más, dejo aquí aquello que intenta ser bello, lo que llene los oídos incluso a quién no lee. Este día, para variar, incluyo este final, tan inquietante, es, también, de Brines.
Cada vez hay más frío en esta casa,
La terraza está negra. Pasa el viento.
Y no hay nadie debajo de los astros.
2 comments :
¡Pero es que tú estás constantemente escribiendo poesía, Pedro! Independientemente de que incluyas poesía de otros autores.
Un abrazo
Cargadita con ramas para hacer una fogatilla en la terraza que vengo... así tendrá luz y calor (éramos listos cuando cavernícolas, eh?)
Hay que chuparse el dedo y ofrecerlo al viento para saber de dónde viene y cómo resguardar la hoguera.
Creo que no se me olvida nada... ahora esperamos a ver si oscurece y asoma alguna estrella, sí?
(Le cuento secretín... tiene que ver con el verse en cierto modo... El otro día, al entrar... me temblaba la manita... ¿y si suena la música? ay... no sé si podría... me lancé, entré... y no estaba y... suena extraño porque la música es del todo necesaria... pero ese día, que no estuviera... me supo a que usted sabía... del mismo modo que hoy esperaba que hubiera sonidos y envuelven...)
Un abrazo grande, Pedro. La luz de la hoguerita también sirve para que pueda ver si quiere esribir, eh? sin dejarsee dioptrías y eso... si es que el fuego vale para todo...ay!
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