Aquí también llueve
Michael Mcilvaney.
Acaricio con mano trémula las noches de insomnio y recuerdos.
Alguien
mece la cortina y en el cuenco de mi boca duerme un grito.
Abro
las manos de la duda y se me escapa la alegría como una miedosa mariposa
amarilla. Estoy removido por dentro, muy dentro, por un afilado y laborioso
tenedor de sentimientos alborotados. Borbotean mis entrañas y no entiendo nada.
Solo siento – en todos los sentidos, es decir, de norte a sur- todo, lo que
hice, lo que no, lo que me queda por hacer, aquello de lo que me abstengo por
seguir siendo el que debo ser, el que se espera que sea.
Sigue
lloviendo.
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