Hardy
France Gall era mona pero vestida de rosa, sosa,
gustaba a los aspirantes de Acción Católica y a los catequistas resentidos,
puede ser que también a don Restituto, el cura que llevaba a un grupo selecto de
chavales a los estrenos del Capitol, visto lo visto no sé si para reclutarlos
para seminarios despoblados o para monaguillos a tiempo parcial.
Françoise Hardy era otra cosa, decía que “todos los chicos y chicas de mi edad caminan por la calle de dos en
dos” y añadía “de mano en mano van,
enamorados sin miedo al día siguiente”. Cómo no volverte loco por ella.
Sylvie Vartan tenía morbo pero
Hallyday estuvo más rápido, nada que hacer. Además nunca vino a la Cantabria de
interminables playas con bebida y campings baratos. En Oriñón, una noche de verano con Engelbert Humperdinck de fondo, baile mejilla con mejilla con una francesa que se parecía a
la Hardy, mis manos en su cintura, la frente ardiendo, llegó su novio y me quiso partir la cara por español y por arrimarme como un torero. Tener amigos altos ayuda,
hicimos una raya en el suelo, nos miramos desafiantes, nos insultamos cada uno
en nuestra lengua y la cosa no paso a mayores, confraternizamos y de madrugada terminamos
bañándonos en pelotas entre las feroces olas de un mar con resaca, pero a quién
le importaba, nadamos hasta el horizonte y nunca supe más de aquella francesa
ni de su novio, quizás se ahogaron.
Eran tiempos franceses, ya ves, Horacio Oliveira
andaba por Paris pero no me enteré hasta tiempo después. Por la puerta Rayuela entré en
un laberinto luminoso que me prestó candiles, voces y la opción de escoger
delante de un espejo, me pedí un yo. Aún
lo tengo.
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