sábado, 17 de noviembre de 2018

Parker en una ciudad oscura


No era Parker, era otro aquel que seguía a una mujer con un vestido verde por las calles de una ciudad oscura.
Se escuchaba un lamento de viento en las alamedas solitarias, un paisaje de película alemana, el amanecer retenido por melodías de párpados, la luna pintando las esquinas con luz de espuma.

ÉL caminaba a varios metros de aquella mujer, absorto en el designio, guiado por un presentimiento, triste en el desconcierto de su vida de un lado a otro, ebrio a veces, loco otras, siendo sin ser las más, desterrado de la felicidad, sin encontrarla.

No se atrevía a abordarla, a decir, a preguntar su nombre, su destino, si podía acompañarla, simular un parecido, un pretexto, mentir.

En una plaza ella subió a un autobús y ya.  

Pasa el tiempo y en la cabeza de Parker no se difumina su contorno, el aroma incierto de la ilusión, los pasos solitarios en la noche ideal del descubrimiento.

Esta es una historia sin fulgor, con cenizas y penumbras, empaña el brillo de los días, además es absurda, pero a Parker le duele.

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