lunes, 12 de noviembre de 2018

Jackson



Cuéntalo.

Jackson era algo así como un gánster.

Sí, que emocionante.

Anda, calla que me distraes.

Vale.

Digo que Jackson era algo así como un gánster. Su radio de acción era Tribeca, que presuntamente es una zona de no demasiado movimiento para actividades delictivas. Rondaba los cincuenta, más hacia arriba que hacia abajo.  Tenía esa apariencia decadente de los que fueron guapos. Le gustaban dos cosas, el dinero y las mujeres, por ese orden.

Camille era algo así como una mujer que quería vivir, a ser posible, bien. Limpiaba unas oficinas en el edifico Chrysler, de madrugada rondaba los bares de Mercer Street y Broome Street. Era bella hasta dolerte la lengua al decirlo, bella, ¿ves?, duele.

Para abreviar, Jackson y Camille se conocieron una noche en Scores y ambos se quedaron prendados, cada uno tenía lo que quería el otro, es decir sexo y dinero, respectivamente. Camille consiguió dinero pero Jackson no consiguió sexo. Por alguna razón fisiológica (o así) que tampoco me pondré  ahora a investigar, Jackson no conseguía, en efecto, no conseguía. Era la primera vez que le ocurría una cosa así y a este dramático problema se le añadía qué, nadie supo cómo fue, se enamoro de Camille.

Un momento, dijiste que Jackson tenía unos cincuenta. ¿Qué edad tenía Camille?

La verdad es que él tenía más de sesenta y ella apenas llegaba los treinta. La cuestión es que pasadas unas semanas Camille empezó a mostrar signos de aburrimiento, ya no se reía cuando Jackson le contaba por décima vez como le partió las piernas a John Smith, ni cuando fanfarroneaba con las mujeres con las que había tenido relación. Seria postal, decía ella, riendo de su salero.

Sigue, sigue.

Una noche, al cuarto gin tónic de Hendrick´s, Jackson observó como Camille miraba con insistencia a un joven guapo y gracioso junto a la barra del bar. ¿Quieres acostarte con ese tío?, pregunto. Uhmm, por supuesto, respondió Camille. El resto fue un rápido acuerdo, cincuenta dólares pero él miraba, los tres estuvieron de acuerdo.

Camille disfrutaba, mucho. El muchacho ponía de su parte. Jackson pagaba, no disfrutaba y pensaba que no había sido una buena idea. Este curioso menage a trois duro exactamente el tiempo que tardo Camille en quedar prendada de las habilidades del mozo en discordia. Dejo de atender a Jackson, no respondía a sus llamadas telefónicas y AT&T se enriqueció aun más con el uso y abuso del celular del mal chico y buen gánster que era Jackson.

¿Cómo termino la historia?

Pues como terminan los cuentos de hadas. Jackson encargo a unos colegas que dieran un escarmiento al chaval. Le propinaron tal paliza que de resultas de la cual le ha quedado una cojera permanente y no contentos  con esto, con unos alicates  le cortaron un dedo de cada mano, unos bestias los tíos.

¿Y Camille?

Sigue limpiando las oficinas del Chrysler, con una oreja menos, Jackson se la cortó personalmente.

Vaya historia aburrida y absurda.

Lo que tú quieras, me la contó Jackson anoche, en el bar de la foto de abajo.


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