Orly
Amanece en Orly y no sé bien que hago aquí con la niebla detrás de los ventanales y John Malkovich mirándome con cara de enfado. Leo a Quignard que escribe de amantes que descubren su desnudez o lo imagino, advierto que solo lo entiendo al otro lado de una frontera, quizás mi propio límite. Lo entiendo desde que estuve en ese límite, con el borde de la túnica prendido en la puerta que divide dos mundos, el lenguaje y el silencio, es decir la despedida, el punto sin retorno, la mano que no puede ya asomarse detrás de la pared invisible.
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