Aleluya.
I
Esta
es una nave con burbujas que se pliegan a
la proa en la madrugada, que navega con el viento de cigüeñas, con el
trino de pájaros de Oceanía, con el duro
silencio del mimo sureño, con un sol en el centro del pecho, ciudad sin
límites, eso era Manhattan y la recorrimos de norte a sur hasta encontrar la
frontera entre la siesta y la sinceridad de nuestros cuerpos desnudos.
El
sacerdote no bendecía los viernes.
Los
truenos talaban el tuétano de los huesos.
Un
rayo nos descubrió la parte oculta del cielo, el otro lado de la eternidad.
Desde
la ventana del hotel vimos una anciana con los dedos mojados en aceite y
vino, pintaba señales en el muro donde descansaban los porteadores. Su
mirada perfumó la indiferencia del portero con librea.
Junto
al Hudson nos lamentamos antes de la partida.
Fuimos
sombra y después llegó un nuevo día.
Aleluya.
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