Parker no sabe.
Parker sabe que no sabe nada, es más, está
contento de su ignorancia. Los días que han pasado son inútiles y su único
deseo es estar tumbado bajo un árbol de luz.
Le
preguntan, ¿has leído a Max Aub? Y pone cara de no saberlo, mira al
cielo, sonríe y calla.
Insisten,
¿qué te parece Jan Garbarek? Ni siquiera parece haber escuchado.
Los
laberintos del conocimiento están iluminados, hay un farol en cada
esquina, el tiempo es un sol quieto, un Ícaro respetuoso repliega sus
alas, el aguijón de la noche siembra las calles de insomnio. A lo lejos
se escucha música, chirridos de máquinas, teléfonos, llanto. Un incendio de
miedo ha consumido la retama, ha asfixiado a los pájaros, hay un silencio en el
valle. Hay una lluvia de cuervos, las flores del mal crecen entre las piedras
de la torre rota, quizás no sea culpa de nadie pero Parker sabe que este relato
está incompleto, falta miel, mejillas, el roce de dos cuerpos, la huella de los
peces se pierde en un océano de voces. Sabe que así no hay quién le entienda,
es la propia ignorancia que trepa sobre lo ya dicho.
Hay
que ver (para creer).
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