jueves, 2 de noviembre de 2017

Carta del amante con un cangrejo de soledad en la cabeza.



Lo decía Neruda: me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste. Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.
El caso es que no me voy, me quedo, se van los otros y sigo sus viajes con algo de envidia y mucho de tristeza porque el silencio se ha sentado en mitad de la casa.

Por eso te escribo como este amante con un cangrejo de soledad en la cabeza, en esto me he convertido.

Lo sabes.

También sabes que eso de amante es un suponer, que soy monógamo, simbólico, apostólico y bilbaíno.

Lo que no sabes es lo del cangrejo, ya, por eso te lo cuento.
Reina mía, me doy cuenta que de todo lo que te he escrito desde el principio no te has enterado de nada.

Siempre te he dicho prácticamente lo mismo.
Seguro que me escuchabas, inconscientemente pensabas “¿qué me dice este?” y lo traducías a un mensaje más comprensible para ti. Es decir que te decía A y tú escuchabas F o J o Z, según te diera el aire. Lo acoplabas a lo que querías escuchar.

Recuerdo que en otro tiempo te escribía cartas muy eróticas y tú me contestabas con el silencio o con un equivalente a tu famoso “ya empezamos”. Incluso te molestaba un poco… más bien bastante.
En el fondo, aunque tú no lo sabías, había una lógica desconfianza, protección, prudencia, defensa, miedo. Pero, preciosa, debo decir que lo llevaste bastante bien.

Después que pasó lo que pasó, la tragedia, curiosamente, empezaste a comprender. Te decía A y ese sonido era el que entendías. Después de varios intentos ponías atención a casi todo lo que te escribía. Incluso decías, “repítemelo, por favor”. Significa eso que ibas cogiendo la onda, que día  a día te sentías más segura, más capaz, con más confianza en ti misma, más fuerte, más dueña de tu destino en lo universal y en lo temporal.

Muchas veces creemos que los demás no se enteran de cómo somos. La verdad es que a la mayoría no le interesa. A otros les preocupa solo una faceta concreta. Otros son tan discretos que nos aceptan como somos y se abstienen de jugar al psicoanálisis o la cábala. Cuando a alguien le interesamos de verdad, a veces, se atreve a decirnos “perdona, cielo, eres así o asá”. Un gran amigo me dijo un día “eres calvo” y ya lo sabía, pero a mí mismo me veía con pelo, o no me veía.  No es broma, pocas veces me imagino como soy, no tengo ni puñetera idea de cómo soy. Tú sí sabes cómo eres, lo sé.

No es sano andar con cangrejos en la cabeza, sean de soledad o sonrían, no conviene, lo repetiré mil veces. Al principio nos pasaba lo mismo. Yo te decía, “somos dos personas adultas, con una edad suficiente para aceptar nuestros errores, nuestras contradicciones, nuestros gustos o disgustos, para decir sí o no a lo que queremos o no queremos hacer. No necesitamos que nadie nos diga lo que debemos hacer, nos juzgue, nos de permisos. Somos dueños de nuestros actos, de nuestras abstenciones” ¿Lo recuerdas? Me temo que no entendías nada. Por lo menos ¿lo entiendes ahora?

Bien es verdad que ese entender, ese después de marca un hito. La tentación es demasiado fuerte, es como un imán poderosísimo, haríamos locuras por intentarlo. Pero ese no es el tema.

Te llamo por teléfono, me contestas, hablas en susurros, señal que algún vecino imaginario te puede escuchar. Tu sensación de culpabilidad es tan, tan fuerte que dices en alto “no, no necesito otro seguro de vida”. Hubieras dicho cualquier cosas, necesitabas decirlo, “tener la aprobación”, garantizarte la venia, el nihil obstad pero ¿de quién? Si lo piensas llegas a la conclusión que es absurdo, que tú eres una persona absolutamente libre, que puedes hablar con quién te de la gana, que las relaciones entre todos son diferentes, con otras reglas. Sobre todo con las reglas que nos ponemos a nosotros mismos.

Este amante con un cangrejo de soledad en la cabeza no te quiere convencer de nada, no te quiere adoctrinar, no quiere confundirte. Este amante que solo te ama desde una kilométrica distancia solo quiere que sepas que eres transparente y que quizás la confianza que hay entre nosotros, todo lo que nos hemos escrito, contado, lo hace más sencillo. Te veo hasta los pulmones cuando respiras.

Estás viva. Cuando tengas veinte años más también deberás hacer lo que dicte tu criterio, sin que ni un marido, una pareja, tus hijos, tu nuera, tus nietos, san Pedro, te diga lo que haces bien o lo que haces mal, harás lo que te salga de las narices. Incluso aunque no sea “lo que debes hacer”.

Parto con ventaja, lo sé. Las pinzas del cangrejo me cortan los pensamientos, ahora me cortan las palabras. Veo la fotografía de la mujer de ahora y así la trato. ¿Cuándo te conoceré en persona? Aunque he estudiado tu historia, no está tan presente en mí, disculpa, lo siento, trato a la mujer que veo sonriendo a no sé quién en una playa… el cangrejo me ataca y quiero llevarte al río, espantar a las alondras y al tigre que abreva en el arroyo, tocarte el hombro y alentarme, pintar de rojo tu mirada y acunarte en una postura nueva cuando camino sin rumbo por esta cocina vacía de las risas de un tiempo, antes de perder el rumbo y llenarme de soledad, lo decía Neruda: me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste. Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.

1 comments :

Encanta C dijo...

Con un cangrejo solitario ...Y da tanto de sí! Hay que abrir camino para que pase. Genio!

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