martes, 21 de noviembre de 2017

Parker y la chica rubia



En el tiempo en el que aún no había teléfonos móviles, Parker se sentía atraído por la chica rubia.

Ella vivía al otro lado de la ciudad, lejos. Una tarde fue a visitarla. Pasearon por un parque, había palomas en el aire, hacía frío. Hablaron de ayer, apenas de ahora, nada de mañana. Pasearon junto a un estanque, había patos, comenzó a llover, suave, sirimiri. Él dijo, mira qué cielo, viene tormenta. Ella dijo, adiós. Pero el coche no arrancaba, empezó a llover más fuerte y ella dijo, ven a casa, tomaremos café.

Lo tomaron y conversaron sobre ahora y sobre luego. Una charla hermosa con cascabeles y gatos de angora deslizándose por la voz melodiosa de la chica rubia. Él le preguntó por qué hablaba tan bajo. Ella respondió que en las paredes había orejas de habitantes de otro tiempo. Él no lo tomó en serio y quiso besarle en el cuello. Ella se sentó en un extremo del sofá y levantó un muro de no, no y no.

El agua golpeaba y golpeaba en los cristales del salón y la casa de Parker estaba más lejos de su recuerdo a cada minuto. La chica rubia se volvía más y más atractiva a cada segundo y en el aire estallaban burbujas de deseo y el silencio se interrumpía por el vuelo de golondrinas lujuriosas. No había aparatos de medición para saber quién de los dos estaba más alterado, más atraído por el otro, la situación y el tiempo.

El escarbó con una uña en el muro del no y un ladrillo cedió. Voy a darte un beso, aviso. Ella bajó los ojos y se humedeció los labios. Se besaron como en una película de Ava Gardner y Clark Gable. El primer beso fue breve. El número quince duró el tiempo suficiente para que ella cortara todas las orejas del pasillo y le invitara a su cama.

Parker se sentía atraído por la chica rubia e hicieron el amor hasta que les dolió el alma, tan dichosos y nuevos que aquel cuarto fue un paraíso y lloraron de felicidad y fuera aún llovía y cuando brillando en la oscuridad fue a buscar su coche no arrancó, claro, y ahora en el asiento de al lado del conductor del camión grúa sonríe tontamente y busca una excusa creíble para justificar su vuelta a casa tan de madrugada.

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