Carta del amante con un cangrejo de soledad en la cabeza.
Lo decía Neruda: me voy. Estoy triste:
pero siempre estoy triste. Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.
El
caso es que no me voy, me quedo, se van los otros y sigo sus viajes con algo de
envidia y mucho de tristeza porque el silencio se ha sentado en mitad de la
casa.
Por
eso te escribo como este amante con un cangrejo de soledad en la cabeza,
en esto me he convertido.
Lo
sabes.
También
sabes que eso de amante es un suponer, que soy monógamo, simbólico, apostólico
y bilbaíno.
Lo
que no sabes es lo del cangrejo, ya, por eso te lo cuento.
Reina
mía, me doy cuenta que de todo lo que te he escrito desde el principio no te
has enterado de nada.
Siempre
te he dicho prácticamente lo mismo.
Seguro
que me escuchabas, inconscientemente pensabas “¿qué me dice este?” y lo
traducías a un mensaje más comprensible para ti. Es decir que te decía A y tú
escuchabas F o J o Z, según te diera el aire. Lo acoplabas a lo que querías
escuchar.
Recuerdo
que en otro tiempo te escribía cartas muy eróticas y tú me contestabas con el
silencio o con un equivalente a tu famoso “ya empezamos”. Incluso te molestaba
un poco… más bien bastante.
En
el fondo, aunque tú no lo sabías, había una lógica desconfianza, protección,
prudencia, defensa, miedo. Pero, preciosa, debo decir que lo llevaste bastante
bien.
Después
que pasó lo que pasó, la tragedia, curiosamente, empezaste a comprender. Te
decía A y ese sonido era el que entendías. Después de varios intentos ponías
atención a casi todo lo que te escribía. Incluso decías, “repítemelo, por
favor”. Significa eso que ibas cogiendo la onda, que día a día te
sentías más segura, más capaz, con más confianza en ti misma, más fuerte, más
dueña de tu destino en lo universal y en lo temporal.
Muchas
veces creemos que los demás no se enteran de cómo somos. La verdad es que a la
mayoría no le interesa. A otros les preocupa solo una faceta concreta. Otros
son tan discretos que nos aceptan como somos y se abstienen de jugar al
psicoanálisis o la cábala. Cuando a alguien le interesamos de verdad, a veces,
se atreve a decirnos “perdona, cielo, eres así o asá”. Un gran amigo me dijo un
día “eres calvo” y ya lo sabía, pero a mí mismo me veía con pelo, o no me
veía. No es broma, pocas veces me imagino como soy, no tengo ni
puñetera idea de cómo soy. Tú sí sabes cómo eres, lo sé.
No
es sano andar con cangrejos en la cabeza, sean de soledad o sonrían, no
conviene, lo repetiré mil veces. Al principio nos pasaba lo mismo. Yo te decía,
“somos dos personas adultas, con una edad suficiente para aceptar nuestros
errores, nuestras contradicciones, nuestros gustos o disgustos, para decir sí o
no a lo que queremos o no queremos hacer. No necesitamos que nadie nos diga lo
que debemos hacer, nos juzgue, nos de permisos. Somos dueños de nuestros actos,
de nuestras abstenciones” ¿Lo recuerdas? Me temo que no entendías nada. Por lo
menos ¿lo entiendes ahora?
Bien
es verdad que ese entender, ese después de marca un hito. La tentación es
demasiado fuerte, es como un imán poderosísimo, haríamos locuras por
intentarlo. Pero ese no es el tema.
Te
llamo por teléfono, me contestas, hablas en susurros, señal que algún vecino
imaginario te puede escuchar. Tu sensación de culpabilidad es tan, tan fuerte
que dices en alto “no, no necesito otro seguro de vida”. Hubieras dicho
cualquier cosas, necesitabas decirlo, “tener la aprobación”, garantizarte la
venia, el nihil obstad pero ¿de quién? Si lo piensas llegas a la conclusión que
es absurdo, que tú eres una persona absolutamente libre, que puedes hablar con
quién te de la gana, que las relaciones entre todos son diferentes, con otras
reglas. Sobre todo con las reglas que nos ponemos a nosotros mismos.
Este
amante con un cangrejo de soledad en la cabeza no te quiere convencer
de nada, no te quiere adoctrinar, no quiere confundirte. Este amante que solo te
ama desde una kilométrica distancia solo quiere que sepas que eres transparente
y que quizás la confianza que hay entre nosotros, todo lo que nos hemos
escrito, contado, lo hace más sencillo. Te veo hasta los pulmones cuando
respiras.
Estás
viva. Cuando tengas veinte años más también deberás hacer lo que dicte tu
criterio, sin que ni un marido, una pareja, tus hijos, tu nuera, tus nietos,
san Pedro, te diga lo que haces bien o lo que haces mal, harás lo que te salga
de las narices. Incluso aunque no sea “lo que debes hacer”.
Parto
con ventaja, lo sé. Las pinzas del cangrejo me cortan los pensamientos, ahora
me cortan las palabras. Veo la fotografía de la mujer de ahora y así la trato.
¿Cuándo te conoceré en persona? Aunque he estudiado tu historia, no está tan
presente en mí, disculpa, lo siento, trato a la mujer que veo sonriendo a no sé
quién en una playa… el cangrejo me ataca y quiero llevarte al río, espantar a
las alondras y al tigre que abreva en el arroyo, tocarte el hombro y alentarme,
pintar de rojo tu mirada y acunarte en una postura nueva cuando camino sin
rumbo por esta cocina vacía de las risas de un tiempo, antes de perder el rumbo
y llenarme de soledad, lo decía Neruda: me voy. Estoy triste: pero
siempre estoy triste. Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.
1 comments :
Con un cangrejo solitario ...Y da tanto de sí! Hay que abrir camino para que pase. Genio!
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