viernes, 21 de abril de 2017

De alienistas y un zahorí(2).



Pasan los días cargados de ciruelas, de nubes, de suspiros entrecortados, de pájaros heridos en cielos anaranjados.

Se suceden los amaneceres y los crepúsculos con una dolorosa sensación de ausencia.
Ellos, separados, sufriendo, inventan complejos ábacos para contar el día del regreso, amontonan deseos, hacen rayas en las paredes mientras los relojes siguen implacables con su tortura de horas ajenas, insobornables.

No quisiera engañaros, esto no es un cuento, es una historia verídica – dice el hombre con una mueca de tristeza.

No le creáis, no existo y además es imposible ─ dice la mujer con cuerpo de bruma y rumores del mar.

Entonces el hombre toma entre sus manos una rama retorcida y busca el agua oculta, pero la tierra le niega sus secretos.

Una vez más el cielo está mudo.

Hasta que una zarza junto al río se incendia y sobre ella se aparece la silueta de la mujer ausente.

El hombre cae de rodillas y cree.

Unos pastores también ven el prodigio y corren al pueblo cercano.

El cura organiza una procesión de beatas y acuerda consigo mismo levantar una ermita por suscripción popular.

Los ciegos ven, los cojos andan, se suceden los milagros y el obispo, enterado, decide cambiar la ermita por una iglesia con dos torres y un campanario.

El lugar se convierte en centro de peregrinación y fe.

Esperanza y Caridad, también Gloria.

Las tropas del comandante vigilan los caminos y defienden a los viajeros de asaltantes, ladrones, trileros y vendedores de ataúdes.

Por un brusco cambio de mareas se produce un centro de bajas presiones a la altura de las islas Azores, lo que provoca una gota fría sobre la citada iglesia, una lluvia torrencial, inundaciones, caos.

Los ríos se desbordan llevándose por delante las vigas maestras, tejados y campanas de la iglesia naciente, el viejo puente, curas devotos, piadosos frailes, vendedores de rosarios y escapularios, monaguillos rezagados, compradores de futuro, ancianas ilusas, toda esa historia.

Las autoridades declaran el paraje como zona catastrófica.

Después, poco a poco, mes a mes, aquellas tierras recobran su antigua calma.

Una mujer y un hombre se encuentran en la mitad del puente nuevo sobre un río de aguas tranquilas.

No se reconocen, se saludan con educación y cada uno va por su lado.

Ella.

Él.

El ángel azul que les protegía con sus alas, vuela y se pierde entre elípticas nubes de colores difuminados.



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